6 cosas que aprendí por casualidad en la formación de docentes de yoga

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Como es de esperar, aprendí mucho sobre enseñar yoga mientras cursaba la formación de docentes de yoga. Si bien había ciertos aspectos de mi aprendizaje que podían mejorar, aprendí mucho sobre alineación, cómo dar instrucciones ingeniosas, planificar secuencias con inteligencia y también sobre la dinámica de las relaciones entre instructores y alumnos. Sin embargo, cuando reflexiono sobre mi experiencia, las lecciones que tuvieron la mayor repercusión en mí no fueron las que estaban en el plan de estudios oficial.

De hecho, diez años más tarde, las lecciones que considero más valiosas surgieron de experiencias en principio decepcionantes o frustrantes en las que sentí que no había aprendido lo que quería o lo que se suponía que tenía que aprender.

Aquí está es lo que aprendí sin querer:

1. Practicantes responsables pueden lastimarse debido a maestros de yoga responsables

En un día en el que aprendíamos sobre la rotación externa e interna de las caderas, mi compañera estaba practicando la postura de la silla de pie a mi lado cuando ahogó un grito, pero no lo suficiente como para que no la escuchara. Luego salió del salón. Durante la lección siguiente, no presté mucha atención a lo que se suponía que debía aprender sobre la rotación de cadera. Mi amiga estaba con una bolsa de hielo sobre la rodilla que se había lastimado en la postura y yo trataba de entender cómo podía haber sucedido eso. El ligamento de la parte externa de su rodilla se dañó tanto que estuvo en muletas el resto del curso.

Quería creer que las lesiones eran el resultado de prácticas agresivas e inconscientes dirigidas por maestros sin experiencia a los que nada les importa.

Un par de meses después, me lastimé cuando una profesora empujó suavemente mis caderas hacia abajo en la postura de la paloma. Durante casi un año sufrí lo que ahora sé que se llama lesión del piriforme.

Quería creer que las lesiones sólo les ocurren a yoguis ambiciosos e inconscientes que descuidan su alineación y "se empujan a sí mismos más allá de sus límites", ignorando las señales que sus cuerpos les están enviando. Sin embargo, mi amiga era una joven fuerte que tenía una práctica cuidadosa y consciente y experiencia de años. Y yo también practicaba yoga desde hacía tiempo y me gustaba pensar que prestaba atención. Sin embargo, no noté ninguna señal de advertencia en ese ajuste manual que me lesionó.

Quería creer que las lesiones eran el resultado de prácticas agresivas e inconscientes dirigidas por maestros sin experiencia a los que nada les importa. La profesora que nos guió en la postura de la silla de pie era increíblemente experta en anatomía. La postura era difícil, pero ella la enseñó despacio y con ayuda de bloques.

No nos impulsó a ninguna competencia y la práctica que nos enseñó, enfocada en la alineación, fue tan cuidadosamente desarrollada y articulada como todas sus otras clases. La instructora que presionó mis caderas hacia abajo era igual de experimentada. Ella también me conocía bien y no fue descuidada conmigo.

Sentí humildad frente a estas lesiones y acerca de lo que daban a entender sobre lo difícil que sería mantenerme a mí y a mis futuros alumnos fuera de peligro. Ahora me doy cuenta de que estas experiencias tempranas con lesiones me hicieron profundamente consciente (y en carne propia) de los riesgos que entraña el yoga y pusieron el tema de la seguridad al frente de mis preocupaciones como profesora.

2. “Solo recuerdo que no soy la persona más inteligente en el salón, así nunca me meto en problemas”

Una compañera le hizo una pregunta sobre el tono de voz a mi entrenador favorito. Ella planteaba las dificultades de hacerse cargo de la clase sin ser prepotente o parecer un sargento.

El entrenador se recostó contra la pared, reflexionó y dijo: “Solo recuerdo que no soy la persona más inteligente en el salón, asó nunca me meto en problemas”.

Él dejó caer esta perla de sabiduría con un movimiento de su mano, todos se rieron y la clase continuó. Pero esa ha sido la perla de sabiduría que más he retomado como instructora.

Una vez que me liberé de las prácticas de enseñanza, en las que los maestros más experimentados nos daban una retroalimentación con abundantes notas sobre nuestra manera de enseñar, descubrí que es muy fácil pensar que eres la persona con más conocimientos en el salón cuando estás frente a un montón de practicantes silenciosos que no te cuestionan.

En consecuencia, más veces de las que puedo admitir, me he sentido avergonzada después de clase, cuando me daba cuenta de que había soltado un discurso frente a un instructor de yoga o un fisioterapeuta. Por ejemplo, una vez me avergoncé al descubrir que una estudiante a quien le había explicado la "respuesta de relajación" en una clase de yoga restaurativo era médica. El problema no fue lo que dije, sino cómo lo dije: di mi pequeño discurso sobre "lucha y huida" y "descanso y digestión" como si ella no supiera nada sobre el sistema nervioso simpático y el parasimpático, como si yo fuera la “señorita experta en el sistema nervioso”. Si no me hubiera creído la persona más inteligente del salón, mi enfoque hubiera sido diferente, más inclusivo, menos didáctico.

Me arrepiento de una corrección que le hice a una estudiante (obligándola a inclinar hacia atrás su pelvis en la postura de la tabla) antes de saber que era una fisioterapeuta y enterarme que uno de sus objetivos en la vida era conseguir que sus pacientes y la mayor cantidad de seres humanos posible hicieran exactamente lo contrario.

Ahora, en lugar de asumir que un estudiante no tiene idea sobre lo que voy a compartir sobre el sistema nervioso, o cualquier otra cosa, tiendo a suponer que puede saber más que yo. Esto no significa que no diga nada, sino que hago lo posible para presentar lo que digo como una revisión o un recordatorio.

Si estoy hablando sobre la alineación correcta de la columna vertebral, trato de imaginar que hay un fisioterapeuta en la sala. ¿Estaría de acuerdo con mi descripción? Si estoy explicando el papel de un dios hindú que da nombre a una postura, ¿una persona con conocimientos de hinduismo estaría de acuerdo con mi explicación resumida y hecha desde un punto de vista “externo”? Más importante aún: ¿alguno de mis alumnos pensaría que les estoy hablando de manera condescendiente o que les estoy otorgando la posibilidad de que ellos sepan tanto o más que yo?

Si me entero de que hay alguien en la clase que es experto en alguno de los temas del día, aprovecho la oportunidad para incluirlo en la conversación (“¿Hay algo que agregar?”). Si hay algún punto sobre el que esa persona quiere hacer un comentario, tanto la clase como yo aprenderíamos algo nuevo.

Ahora hago todo lo posible por imaginar (antes de apresurarme a corregir a un estudiante que no conozco) que su conocimiento supera el mío o que podría estar trabajando de acuerdo a un conjunto de principios o prioridades diferentes a los míos. De hecho, un estudiante no necesita ser un fisioterapeuta, un médico o un instructor de yoga para tener una razón válida para, por ejemplo, practicar una postura de una manera inusual (una razón sobre la que yo no sé nada). En lugar de "arreglarla" de inmediato, puedo preguntar: "¿Hay alguna razón específica por la que lo haces de esa manera?", "¿se siente bien así o te gustaría probar algo diferente?" antes de meter mano en su práctica.

Esto no quiere decir que no corrijo a estudiantes con un alto grado de conocimiento biomecánico (los maestros de yoga y los fisioterapeutas también necesitan asistencia), sino que hago estas correcciones respetando su conocimiento sobre su propio cuerpo y mostrando los límites de mi propio conocimiento.

También aprendí que puedes hacer preguntas como: “¿Cómo se siente eso?”, “¿qué te parece así?”, “¿funciona esto?”

3. Los estudiantes con lesiones merecen tiempo y atención considerable

Durante mi formación como docente, una instructora en terapias de yoga nos habló sobre el manejo de lesiones durante algunos fines de semana. Su estilo, para mi ojo totalmente inexperto, era tener una larga conversación con un estudiante sobre lo que estaba sucediendo con su cuerpo y luego llevarlo a través de un par de posturas sentadas, ideando elaborados sistemas de apoyo con accesorios. Ella trabajó cada día con dos o tres estudiantes en un total de cinco o seis posturas.

Me quedé muy decepcionada después de este curso que duró algunos fines de semana. Sentí que no había aprendido nada sobre muchas lesiones y mucho menos sobre cómo adaptar las posturas de una clase a las necesidades de alguien con esa lesión, ¡y nunca recordaría dónde colocar todas esas mantas y bloques! Además, ¿cómo se suponía que haría todas esas modificaciones tan complicadas para un solo estudiante en medio de una clase grupal?

Creo que lo que yo quería era poder decirle a un estudiante: “Oh, ¿tienes la lesión X? Entonces necesitas hacer Y en el guerrero II y Z en la postura de la vela y estarás bien” y luego pasar al siguiente alumno. Ahora me doy cuenta de que esa instructora de terapia de yoga me enseñó algo más valioso que cualquier fórmula reductora.

Gracias a su ejemplo, aprendí que las lesiones importaban, que modificar las posturas para adaptarlas a las lesiones era una prioridad y que hacer esas modificaciones tomaría varios minutos.

También aprendí que puedes hacer preguntas como: “¿Cómo se siente eso?”, “¿qué te parece así?”, “¿funciona esto?” Estas preguntas, que una vez pensé que indicaban ignorancia o incertidumbre, resultaron ser preguntas que transmiten cuidado y a las que los estudiantes responden con gratitud y una respuesta honesta.

Estas modificaciones y conversaciones funcionan mejor cuando se trabaja de manera individual, pero a veces puedo dar una tarea a una clase grupal ("sigan subiendo y bajando en el puente, sumando un segundo a cada pausa entre respiraciones") para dedicar varios minutos a que un practicante con alguna lesión se sienta más cómodo en una postura.

4. Es posible hacer que las posturas “fáciles” sean difíciles

Me inscribí en la formación de docentes de yoga en ese instituto en particular porque vi que allí los maestros de yoga me guiaban tan cuidadosamente en las posturas imposibles (como el cuervo) que se volvían posibles rápidamente, e incluso agradables. Quería aprender cómo hacer esa magia y ser el tipo de instructor que hacía que las posturas difíciles fuera fáciles.

No obstante, durante una sesión de prevención de lesiones con la instructora de terapéutica, me pidieron que entrara en una chaturanga (postura del bastón en cuatro miembros) para que ella pudiera explicar la alineación óptima del hombro en esa postura. “Qué fácil”, pensé, “soy una chica vinyasa, ¡hago cientos de chaturangas a la semana!”

Entonces esta maestra quiso arreglar mi chaturanga.

En mi memoria, ella trabajó principalmente haciendo ajustes manuales, pero es posible que me diera indicaciones verbales que no recuerdo porque estaba ocupada intentando no caer de bruces. Llegó un momento en que no pude sostener más la chaturanga "tradicional" y tuve que apoyar las rodillas. Incluso así estaba temblando.

Me angustiaba descubrir que mis hombros no se alineaban de la mejor manera y estaba consternada por lo difícil que se había vuelto la chaturanga en un instante. En resumen, me molesté con la instructora por quitarme mi sentimiento de dominio de la postura. ¡Lo sentí como un fracaso!

Trabajamos en la postura durante varios minutos más y al final de ese día estaba más cansada de lo que lo habría estado después de dos horas de práctica. Al día siguiente, tenía dolores en lugares donde nunca antes había sentido dolor.

Durante años hice todo lo posible por olvidar lo que me habían enseñado porque nunca podría hacer unas chaturangas así en clase, pero también porque no podría encontrar esa alineación por mi cuenta y mucho menos hacer esa magia con mis practicantes.

Sin embargo, a través del trabajo de ese día, que me llenó de humildad, tuve la revelación de que, dentro de cada postura simple, había una postura más difícil, que había un cable capaz de comprometer los músculos y que era posible tocarlo si tan solo uno entendiera la alineación anatómica que estaba tratando de crear.

Me llevó una década como instructora y unos años de trabajo con la fisioterapeuta Jonina Turzi en posturas como chaturanga, para entender lo que esa maestra intentó que yo hiciera con mis hombros y así poder provocar esos movimientos en mí y en los demás.

Hoy en día me concentro en hacer que las posturas fáciles sean difíciles, en lugar de convertir las posturas difíciles en fáciles. Tal vez debería aclarar que con una "postura difícil" me refiero a "una postura que requiere la activación profunda del cuerpo y la participación de la mente". Con "postura fácil" me refiero a "una postura sin efecto", es decir, una postura en la que simplemente puedes flotar sin sentir mucho ni prestar mucha atención.

Por ejemplo, cuando ahora enseño chaturanga desde la postura de la mesa con las rodillas apoyadas (una versión que algunos considerarían "fácil") hago que mis estudiantes bajen el pecho lo suficiente como para crear un valle entre los omóplatos (¡sin dejar caer la cabeza!), llevando los hombros hacia adelante y ubicándolos en línea con las puntas de los dedos, enraizando con toda la mano, especialmente el metacarpo de su dedo índice, luego flexionando los codos unos pocos grados. Se mantienen allí, trayendo hacia adentro el vientre en cada exhalación. Si crees que esta postura no es intensa, pregúntale a mis alumnos qué piensan.

5. Es importante ser capaz de decir “no sé” al responder algunas preguntas sobre lesiones

En el curso de formación, después de mi lesión en la cadera por el ajuste manual que comenté antes, le pregunté a otra profesora famosa por sus conocimientos en anatomía y con décadas de enseñanza: “Me duele muchísimo el glúteo izquierdo cuando desciendo en la postura de la paloma, ¿qué puede estar pasando?” Ella negó con la cabeza y dijo: “No lo sé”.

Quedé decepcionada y en un estado de incredulidad. ¿Ella no lo sabía todo? ¿Ni siquiera estaba interesada en pensar en mi lesión, hacer un par de llamadas e investigar y luego decirme qué me sucedía?

Creo que ella tenía la sospecha de que me había lesionado el piriforme, algo bastante común en yoga y que se siente en la postura de la paloma. Pero no me diagnosticó ni me dijo cómo solucionarlo.

Ahora que lo pienso me parece que ella fue muy inteligente. Los profesores de yoga no somos fisioterapeutas. No somos doctores. No estamos calificados de ninguna manera para diagnosticar lesiones ni indicar cómo tratarlas.

Incluso si creo que sé lo que le está pasando al cuerpo de otra persona, ¿qué pasa si me equivoco? Cuando me siento tentada a dar una opinión, me acuerdo de ella.

Pero… ¡eso no siempre me ha detenido! Una vez dije en voz alta que un alumno podía tener bursitis; en realidad, tenía el hombro “congelado”. Otra vez le dije a un practicante que parecía tener una lesión piriforme, pero resultó que tenía una lesión bastante importante en el glúteo máximo. Y en algún momento estuve segura de que mi esposo se había desgarrado un músculo intercostal y se lo dije un montón de veces. Pero se había dislocado una costilla, algo que ni siquiera sabía que podía suceder.

Cuando buscamos una certeza, una regla que podamos memorizar, quizá lo que estamos pidiendo es tener una respuesta automática para poder dejar de pensar en eso.

¿Por qué me resulta tan irresistible intervenir cuando estoy completamente fuera de mi ámbito? Este deseo de ser útil (y estar en lo correcto) tiene que ver con mi ego más de lo que me gustaría admitir. Conseguiría un tanto a mi favor si pudiera ser la instructora de yoga que ayuda a sus estudiantes o a su esposo. Me sentiría más importante.

Hoy en día hago mi mejor esfuerzo para guardarme mis sospechas y les digo a mis alumnos que consulten a un profesional médico por sus lesiones.

6. "Depende" suele ser la respuesta correcta

Posiblemente, el día más frustrante de la formación de docentes fue el de ayurveda. Una profesora nos dio una clase sobre esta modalidad de curación alternativa de la antigua India. Recuerdo que le hicimos preguntas sobre nuestros doshas, como: “Si soy un vata-pitta, ¿esto es bueno para mí?”

Por ejemplo, si nuestra comida favorita no estaba en la lista de alimentos recomendados para nuestro dosha, ¿era buena o mala para nosotros? ¿Satisfacer un antojo era bueno o malo?

La respuesta de esta maestra, una y otra vez, fue: “Depende”.

En algunos casos nos dio un poco más de información, en otros, no. Me fui de la clase sintiendo que no había aprendido absolutamente nada sobre el ayurveda.

Y sin embargo, la respuesta "depende" ha estado rebotando en mi cerebro desde ese día. Poco a poco me he dado cuenta de que esta es la respuesta correcta (la mejor respuesta), no solo para las preguntas sobre el ayurveda, sino para todo tipo de preguntas sobre el yoga.

¿Dónde debería estar sintiendo esta postura? ¿Me hará bien o mal la postura sobre la cabeza? ¿Necesito una inclinación pélvica anterior o posterior en la postura de montaña? ¿Debo practicar esta postura con las rodillas flexionadas o rectas? ¿Cuánto debería flexionar mis codos en chaturanga? ¿Es bueno para los hombros ir a la postura de enhebrar la aguja si estamos sobre las manos y las rodillas?

Ahora respondo a la mayoría de estas de preguntas con un: “Depende”.

Sería muy bueno tener recetas que funcionaran para todos. Poder decir inequívocamente “la postura de enhebrar la aguja es buena para los hombros” y que eso fuera cierto para todos, siempre. Pero una postura como esta puede no ser buena para los hombros, dependiendo de cómo la hagas y qué tan en forma estén los músculos del manguito rotador.

Si bien a veces esta incertidumbre puede ser frustrante para todos, tanto para los estudiantes como para los maestros, trato de recordarme a mí misma que si eso no fuera así, que si el yoga fuera algo igual para todos, enseñarlo no sería interesante.

El yoga se enriquece con la variedad de cuerpos y con nuestras experiencias personales dentro de la práctica. Cuando buscamos una certeza, una regla que podamos memorizar, quizá lo que estamos pidiendo es tener una respuesta automática para poder dejar de pensar en ello. Pero enseñar yoga requiere un estado de alerta constante, una especie de dharana (concentración) en los individuos que tenemos ante nosotros.

¿Cuál es la cosa más importante que aprendimos en la formación de yoga? Depende.

Depende de lo que no sabíamos al comenzar. Depende de lo que esperábamos descubrir. En gran parte, depende de los estudiantes a los que les estemos enseñando hoy.

A medida que descubrimos qué es lo que necesitan de nosotros, la sabiduría que adquirimos en nuestro entrenamiento, y que permanecía atrás, como un telón de fondo, aparece en primer plano y nos demuestra lo necesaria que es en nuestras clases.

Acerca del Maestro

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Amber Burke
Amber Burke lives in New Mexico and works at UNM-Taos, where she coordinates the Holistic Health and... Leer más