Siempre me ha gustado fabricar cosas, ya sea cosiendo pedazos de tela para hacer un edredón, hilando palabras en oraciones o mezclando nueces y chocolate para hacer trufas saludables. Cuando me convertí en maestra de yoga, mis clases se convirtieron en mi nuevo medio creativo. Descubrí cómo entretejer elegantemente los elementos que tenía a mano —canto, una charla sobre el dharma, asana, música, pranayama, meditación— para facilitar a mis alumnos la experiencia del yoga.
Dicho esto, en una clase centrada en asanas, ellas son y tienen que ser el evento principal. Las asanas crean o destruyen una clase de yoga: si una asana no funciona, no produce los resultados deseados y la clase es un fracaso en todos los sentidos. Por esa razón, pongo la vara muy alta cada vez que creo una secuencia. Mi objetivo principal es abrir caminos pránicos para quemar toxinas y mover la energía de manera eficiente. Por eso, aunque me oriente hacia una postura principal o una familia de posturas (¡hoy vamos a hacer torsiones!), siempre incorporo aquellas que apuntan a todos los chakras, desde el raíz hasta el corona: de pie, flexiones hacia delante y/o aperturas de las caderas, torsiones, flexiones hacia atrás e inversiones.
Cuando comencé a dar clases, quería impresionar a mis alumnos (y tengo que admitirlo, a mí misma también). Para demostrar mi buena fe montaba extravagancias dignas de un espectáculo cinematográfico de Baz Luhrmann. Me emocionaba el desafío de preparar secuencias largas e intrincadas para hacer en un lado y luego en el otro. Vivía para hacer seguidillas excepcionales que me llevaban de una postura a otra, luego a otra y otra más. Pero a medida que evolucioné como profesora, comencé a preguntarme si una práctica tan asimétrica no sería energética y físicamente desestabilizadora... y si todo esto tendría un buen final.
Cuando comencé a dar clases, quería impresionar a mis alumnos (y tengo que admitirlo, a mí misma también). Para demostrar mi buena fe montaba extravagancias dignas de un espectáculo cinematográfico de Baz Luhrmann.
Lo que quiero decir es esto: después de dar una clase con una secuencia que era algo así como "estocada alta a postura del ángulo girado a guerrero I a guerrero II a guerrero invertido a pinza de piernas abiertas, cambio al otro lado y comienzo de nuevo con la estocada alta" me sentía trastornada energéticamente y físicamente dolorida... pero de la manera equivocada. Sacudirme entre flexiones hacia atrás, torsiones, flexiones laterales y hacia adelante me hacía sentir como una bola en un pinball.
Por supuesto, yo era mucho más conservadora que eso en la manera en que hilaba las posturas. Pero, para empezar, mucha gente está físicamente desequilibrada en algún grado: el rango de movimiento es diferente en los lados de un mismo cuerpo, ¡ni que decir en un cuarto lleno de cuerpos! Y, para seguir, dada la gama de lesiones que podrían presentarse en cualquier clase —por ejemplo, un estudiante con el manguito rotador roto, otro recuperándose de una cirugía de menisco, una estudiante posparto con el sacro suelto y otro con escoliosis— tuve que cuestionarme si estaba sirviendo a las necesidades de mis alumnos o a mi propio ego con mis tours de force coreográficos.
Durante mi etapa de estudio de profesorado, mi mentora era una terapeuta de shiatsu. Sus secuencias reflejaban su profunda comprensión de la anatomía y sus complejidades: mantenía el asana zen simple mientras lanzaba hechizos mágicos con historias rococó sobre las deidades.
Una vez, bajo su supervisión, estaba enseñando una secuencia de flexiones hacia adelante que incluía la postura upavistha konasana (postura del ángulo sentada) y sus versiones laterales. Luego de la clase ella me explicó que era mejor hacer parsva upavistha konasana (postura del ángulo sentada lateral) a ambos lados antes de plegarse hacia delante (o sea, evitar la secuencia derecha, centro, izquierda, centro) por la seguridad del sacro, que tan fácil y odiosamente se sale de control. Por la misma razón, tampoco es una buena idea hacer una flexión hacia adelante entre dos torsiones a los lados, como parivrtta utkatasana (postura de la silla en torsión).
Al recordar y meditar sobre ese conocimiento, así como al reflexionar sobre mi práctica actual —que me sirve de manera increíble, pero como necesito que sea larga y no quiero hacerla sola en casa todo el tiempo, se ha convertido en una secuencia tan poco creativa como la organización del diccionario (¡hola, ashtanga!)— comencé a deconstruir las secuencias que pensaba utilizar separándolas en posturas individuales.
Ahora, por ejemplo, enseño trikonasana (postura del triángulo) en un lado y luego en el otro, con nada más que un vinyasa en el medio. No complicaré el asunto añadiendo virabhadrasana I (guerrero I) o parsvakonasana (ángulo lateral extendido) o ardha chandrasana (postura de la media luna), ni urdhva prasarita eka padasana (postura de una pierna extendida hacia arriba).
Definitivamente, la simplicidad de este tipo de secuencia no resulta sexy ni entretenida al nivel de Baz Luhrmann, pero tiene sus fortalezas. Pienso que es lo mejor para los estudiantes y eso es lo más importante. Los mantiene a salvo y arraigados, lo que les permite llegar con más frecuencia a un estado de equilibrio. Y creo que también los ayuda a explorar y experimentar cada postura más profundamente.
Unas dos veces al mes voy a la clase de una amiga que tiene por lo menos el doble de años enseñando que yo. Ella tiene un enfoque muy integrado aunque que muy diferente para las asanas. A menudo nos guía en una larga secuencia asimétrica de un lado a la vez y yuxtapone posturas de una manera que yo nunca lo haría. Como confío totalmente en ella, puedo disfrutar del baile y las sorpresas. Puedo rendirme a su gran sabiduría y sentido del juego. Siempre salgo de su clase con una sonrisa en mi cara y en mi corazón, sin necesidad de llamar al médico o sumergirme en sales de baño.
Me hace bien salir y jugar de vez en cuando, ser un poco atrevida con mi práctica, pero puedo hacerlo de forma segura gracias a que he creado una base sólida el resto del tiempo que estoy en el tapete. Ahora mi objetivo es proporcionar la misma base sólida a mis estudiantes, de modo que, cuando salgan a jugar, ellos también puedan hacerlo con seguridad y alegría.