El yoga convirtió a mi cuerpo en un lugar al que puedo llamar hogar

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Te lo diré directamente: tengo barriga, tengo muslos.

Tengo un cuerpo grande, redondo, de talla grande, gordo (puedes elegir la palabra que quieras).

Y practico yoga.

Siempre he practicado yoga con un cuerpo gordo.

En muchas posturas de yoga me enfrento a la realidad de mi cuerpo. En una flexión hacia adelante, mi vientre se encuentra rápidamente con mis muslos. En la postura de la vela, mi vientre queda literalmente sobre mi cara, saludándome. En una inversión, mis pechos están en mi cara. En una torsión, mi respiración se constriñe porque mi diafragma está aplastado.

Cuando estoy en estas posturas, mientras una cosa se aplasta en otras cosas, soy muy consciente de la forma de mi cuerpo. Literalmente, me tropiezo conmigo misma.

Cuando comencé a practicar yoga, los maestros no sabían qué diablos hacer conmigo. A pesar de que mi cuerpo no llegaba a hacer muchas de las formas que ellos pedían, me ignoraron en la mayoría de las clases a las que asistí. No me sugirieron modificaciones. A veces me decían: "Usa un bloque si lo necesitas", sin decirme qué hacer con el bloque.

Sin duda, los maestros veían que yo no podía hacer lo que ellos pedían. Sin embargo, fui ignorada.

He escuchado a otros estudiantes y personas con cuerpos grandes a los que les ha pasado lo mismo. Ellos también fueron ignorados en clase. No creo que sea con mala intención, al menos la mayor parte de las veces. Sé a ciencia cierta que la mayoría de los maestros recién recibidos no fueron instruidos en el curso de profesorado para trabajar con principiantes o personas con cuerpos diferentes. Esa es la razón por la que Dianne Bondy y yo creamos nuestro curso para profesores en línea Yoga For All: nos gusta decir que es el módulo que falta en la mayoría de los profesorados de yoga.

Como maestra sé que, cuando llega alguien con un cuerpo que no entiendes, da miedo. Quieres ayudarlos, pero no sabes cómo. Tal vez no entiendes lo que está sucediendo en su cuerpo (¿por qué no puede dar un paso adelante para pasar desde el perro mirando hacia abajo a una estocada?) o te preocupa que puedan lesionarse en tu clase. Todavía me da miedo cuando me pasa a mí, ¡que sé bien lo que es trabajar con cuerpos diferentes! Así que, en realidad, no culpo a los maestros que me ignoraron.

Si miro hacia atrás, ser ignorada por años fue un regalo, porque significó que debía ser creativa y tener voluntad cuando se trataba de mi práctica. En ese entonces, no había videos en línea que te indicaran cómo modificar posturas. No había blogs o podcasts que hablaran sobre la diversidad en el yoga. No había yoguis con un cuerpo como el mío con cientos de miles de seguidores en Instagram. Y en clase, nadie me explicaba por qué no podía dar un paso adelante para colocar el pie entre mis manos desde un perro mirando hacia abajo a una estocada, ni cómo llegar allí de otra manera, así que tuve que resolverlo yo misma.

Si miro hacia atrás, ser ignorada por años fue un regalo, porque significó que debía ser creativa y tener voluntad cuando se trataba de mi práctica.

No diré que mi práctica siempre fue bonita, pero puedo decir que fue mía.

Mientras tropezaba conmigo misma en todas las clases, tuve que ser creativa para acercarme a las formas que estaban haciendo los otros estudiantes. Así que comencé quitar mis cosas del camino.

Un día descubrí que si apoyaba mis manos sobre mi cuerpo y movía físicamente mi vientre fuera del camino del muslo, podía profundizar la estocada. Me di cuenta de que si colocaba mis pechos debajo del brazo, podía llegar al otro lado de mi cuerpo en una torsión sentada. Entendí que si metía la barriga hacia arriba y atrás —hacia la pelvis— en la postura de la pinza, no solo podía adentrarme más en la postura, sino que ahora comprendía de forma instintiva a qué se refería el maestro cuando decía "hagan el pliegue desde las caderas".

Aprendí diferentes formas de transición en los saludos al sol. Sabía que si me pedían que llevara mis pies al frente de la colchoneta, en vez de eso tenía que mover mis manos atrás para encontrarlos, terminar la secuencia y solo entonces dar un paso hacia el frente de la colchoneta para unirme al resto de la clase. Aprendí que, en lugar de poner mi pie entre las manos, tenía que colocar el pie más lejos para darle espacio a mi cuerpo.

Tuve que conocer mi cuerpo.

Comencé a sentirme cómoda tocando y moviendo mi carne, mi piel, la grasa, la fascia, los músculos y los huesos que están debajo.

Me volví más fluida —físicamente— en mi cuerpo. Y eso lo cambió todo.

Cuando tu contextura física es lo opuesto a lo que la sociedad dice que es digno o bueno, puede ser doloroso, desconcertante y difícil estar todo el tiempo habitando tu cuerpo (imperfecto, humano). El movimiento consciente me hizo físicamente más segura de mí misma.

Sí, mi cuerpo se hizo más fuerte. Sí, aprendí a hacer las figuras que pedía el maestro y aprendí a moverme con intención. Pero eso no fue todo: mi mente también se fortaleció.

Mi práctica de yoga me aseguró —me lo hizo saber en mis huesos— que mi cuerpo era un lugar poderoso, bueno y seguro para estar.

Recuerdo haber ido a mi primer clase de yoga a los 20 años. Estaba en medio de alguno de esos grandes planes de pérdida de peso y el entrenador del gimnasio me dijo que debería hacer yoga en mis días de descanso porque "si bien no cuenta como ejercicio, aún así quema calorías". Y bien, me inscribí en una clase. Estaba bastante segura de que las personas gordas no iban a los estudios de yoga, pero nunca he sido tímida para ocupar un lugar en cualquier ámbito de ejercicio físico, así que fui. Efectivamente, yo era la única persona gorda en la sala pero, de todos modos, saqué mi tapete y me uní a la clase.

No recuerdo lo que hicimos. Lo que sí recuerdo es que salí de la clase, caminé hacia mi auto estacionado detrás del edificio, arranqué, subí a la autopista interestatal rumbo a mi casa y, a los 10 minutos del viaje, la banda sonora mental de siempre comenzó a reproducirse. Tal vez hayas experimentado tú también esta banda sonora: esa voz que desde el fondo de tu mente cuestiona todo lo que haces, te dice que no eres lo suficientemente bueno, te recuerda esa cosa estúpida que dijiste o hiciste y constantemente juzga y te avergüenza de tu cuerpo.

En ese momento me di cuenta: si la vieja cantinela había vuelto a sonar, quería decir que en algún momento se había detenido. Aunque solo fuera por unos minutos, mi mente se había calmado y había pasado ese tiempo sin pensar ni juzgar a mi cuerpo o a mí misma. ¡Esto era nuevo! Estaba ansiosa por repetir el experimento, así que volví a clase. Unas cuantas clases más y quedé enganchada para siempre.

Desde entonces, el yoga ha sido una parte consistente y poderosa de mi vida debido a dos factores: primero, la disciplina física de la práctica me hizo utilizar y conocer mi cuerpo. Segundo, las herramientas de regulación interna y los beneficios mentales de la práctica me permitieron ser capaz de manejar más fácilmente mi ansiedad y tranquilizar mi mente.

Casi siete años después de mi primera clase decidí hacer el profesorado de yoga, pero no para convertirme en maestra, sino para profundizar en mi práctica personal y aprender "el resto del yoga" que existe más allá de las posturas. Realmente no tenía planes de enseñar. Pero después de algunos meses de curso, me decidí a dictar clases.

Durante el profesorado tuve una serie de revelaciones que me inspiraron a tomar esta decisión. Primero, en el "laboratorio de asanas", me di cuenta de que estaba teniendo una experiencia muy distinta a la del resto de los maestros en el curso. En este caso, ser la única persona que no estaba en un cuerpo delgado, joven y flexible fue en realidad un regalo, porque cuando llegó el momento de dictar mi clase y después hacer las devoluciones, pude compartir con los demás cómo experimentaba las posturas en mi cuerpo.

Entonces pensé que si yo había tenido la experiencia de ser ignorada en clase durante años, si me habían dejado que me valiera por mí misma, seguramente otras personas estaban viviendo lo mismo. También descubrí que soy ruidosa, ostentosa, quizás un poco valiente y no tengo miedo de hacerme un lugar, razón por la que, aunque me ignoraran, seguía asistiendo a clase decidida a descubrir mi propia versión del yoga. Y me di cuenta de que no todo el mundo haría lo mismo. Es más, la mayoría no lo haría.

De hecho, ahora tengo muchos estudiantes que tuvieron una mala primera experiencia en yoga y no regresaron hasta que se encontraron conmigo (alguien que se ve como ellos y entiende sus cuerpos). Cuando fueron ignorados en clase, no pensaron que el maestro quizás no sabía cómo trabajar con ellos. Acababan de ver una clase llena de personas haciendo lo que el maestro les pedía sin saber que ellos estaban teniendo una experiencia diferente. Se sintieron incómodos, algunos hasta se lastimaron, y todos abandonaron la clase "sabiendo a ciencia cierta" que su cuerpo no era apto para el yoga. Todos los demás podían hacer las posturas como el profesor las mostraba y ellos no, por lo tanto, era su cuerpo el que estaba equivocado.

Volviendo al profesorado, sabía que esto era una experiencia común y que tenía que trabajar para cambiarla. El yoga me había devuelto mi cuerpo y me había demostrado que, en lugar de luchar contra su tamaño o forma, podía aliarme con él. Necesitaba compartir esta revelación con otros como yo. Descubrí que tenía una pasión por enseñar a los "inadaptados del yoga" (personas con cuerpos grandes, lesiones, articulaciones que sonaban) y a los principiantes también.

El yoga me había devuelto mi cuerpo y me había demostrado que, en lugar de luchar contra su tamaño o forma, podía aliarme con él.

Necesitaba ayudar a mis alumnos a comprender que sus cuerpos no son malos para el yoga, que sus cuerpos no son problemas para resolver. Necesitaba compartir los beneficios de este doble enfoque sobre el cuerpo tan poderoso para mí, que me cambió la vida: el movimiento y la atención plena.

Más que nada, quería compartir con los demás el asombroso regalo que el yoga me había dado: convertir mi cuerpo en un lugar al que puedo llamar hogar.

Acerca del Maestro

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Amber Karnes
Amber Karnes is the founder of Body Positive Yoga. She’s a ruckus maker, yoga teacher, social justice... Leer más