El yoga del trabajo: ¡ama tu trabajo, ama tu vida!

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Ya han pasado más de 50 años desde que visité a Mahatma Gandhi en su ashram en el corazón de la India. En ese entonces yo era un estudiante y el país en el que había crecido ya no era la "India Británica" para mí: era la India de Gandhi que despertaba de siglos de gobierno extranjero gracias a un hombrecito moreno que dio todo para servir a los que él llamaba "los pobres, los más humildes y los perdidos".

Desde el cruce ferroviario, caminé por una ruta polvorienta hasta Sevagram, el "pueblo para/del servicio". No iba en búsqueda de un aprendizaje político o de un líder nacional carismático. Quería descubrir cómo Gandhi se había convertido en un maestro supremo del arte de vivir. Como todos en India, sabía que en su juventud fue un tímido e inefectivo "abogado sin clientes" cuya única característica extraordinaria —como a él le gustaba decir— eran sus grandes orejas. En la época en que regresó a la India desde Sudáfrica, en 1915, ya se había convertido en una fuerza tan poderosa de amor y sabiduría que era como un faro para el mundo entero. Trabajó sin descanso, y mientras más viejo se hacía, más joven parecía. Un periodista occidental una vez le preguntó: "Señor Gandhi, ha trabajado quince horas al día por cincuenta años. ¿No cree que debería tomarse unas vacaciones?". Gandhi mostró su sonrisa desdentada y respondió: "Siempre estoy de vacaciones".

Yo solo tenía una pregunta que no me dejaba descansar: ¿cuál era el secreto de esta transformación? ¿Qué podía hacer yo para vivir esta misma transformación en mi pequeño círculo?

Cuando llegué al ashram, el Sol del trópico se estaba ocultando convertido en una llamarada de gloria. Me uní a un grupo de entusiastas aspirantes que estaban esperando que Gandhi saliera de su cabaña. Me dijeron que había estado muy ocupado desde temprano en la mañana en delicadas negociaciones con líderes indios y británicos. El futuro de la India se veía oscuro en esos tiempos turbulentos, por lo tanto esperaba ver salir una figura cansada, tensa, con escaso tiempo y energía para admiradores como yo.

Imagina mi asombro cuando se abrió la puerta y salió una figura juvenil con el paso alegre de un adolescente, riendo junto a Nehru y los demás de una broma que no llegamos a escuchar. Se veía como si hubiera estado jugando al bingo todo el día. Cuando me miró, me impresionaron sus hermosos ojos, tan llenos de amor que mientras más los mirabas, más profundamente caías. Nos llamó con un amistoso gesto de asentimiento, invitándonos a unirnos a él en su paseo de la tarde. Pero no salió simplemente a caminar: avanzó tan rápido que tuvimos que comenzar a trotar para seguirle el ritmo.

Cuando regresamos, el sol ya se había puesto. Los visitantes de distintas nacionalidades se habían reunido en el prado para la oración vespertina. Mientras las estrellas aparecían una a una en el suave azul del cielo indio, Gandhi se acercó y se sentó debajo de un verde árbol de neem. Me las arreglé para sentarme cerca, así pude enfocarme en él por completo.

El secretario de Gandhi, Mahadev Desai, comenzó a recitar los últimos dieciocho versos del segundo capítulo del Bhagavad Gita, las antiguas escrituras indias desarrolladas como un diálogo entre Arjuna, el príncipe guerrero que nos representa, y Sri Krishna, que representa al Señor de en nuestro interior. Arjuna pregunta: "Háblame, Krishna, de aquellos hombres que alcanzaron la sabiduría. ¿Cómo hablan? ¿Cómo actúan en sus hogares y en su trabajo, entre sus amigos y sus enemigos? ¿Cómo se comportan cuando enfrentan desafíos, frustraciones, decepciones, deslealtad?".

Y el Señor Krishna responde: "Estos hombres han alcanzado la sabiduría porque han eliminado todo rastro de motivación egoísta de su mente. En la victoria y la derrota, en el éxito y el fracaso, han dominado el arte de vivir y han alcanzado el objetivo más alto de la vida".

Había leído antes estas palabras, pero nunca me llamaron la atención. Para un estudiante universitario entrenado en el pensamiento científico de Occidente, ni siquiera parecían verosímiles. ¿Queda algún tipo de motivación cuando se abandonan los motivos personales? ¿Hay realmente algo malo en el deseo de reconocimiento o de éxito en una causa noble? Y si fuera posible liberarse de la motivación personal, ¿eso no nos convertiría en personas frías e impersonales, como zombis? Pero estas preguntas ni siquiera se asomaron ante la presencia de este hombre pequeño, tan vital y original que su vida entera era una obra de arte.

Mientras escuchaba en trance esos sonoros versos en sánscrito, vi a Gandhi volverse hacia dentro, completamente absorto en su ser interior. Ya no estaba en su cuerpo moreno, era una inmensa fuerza espiritual. Esta es nuestra verdadera estatura, nos decía, esto es ser humano. La civilización moderna nos dice que somos criaturas físicas, cuyas mayores motivaciones son biológicas. Gandhi nos estaba mostrando que nuestro insospechado potencial es mucho mayor. No somos simples criaturas físicas, sino seres espirituales con una motivación más alta: amar, dar y servir.

De aquí en adelante, esta escena me persiguió por todas partes. Comencé a entender que el concepto más elevado de la vida no tiene nada que ver con hacer dinero, acumular conocimiento intelectual, ganar poder o alcanzar la fama, incluso por un noble propósito. Es cuando le damos la espalda a nuestro propio placer y beneficio por el bien de los demás que alcanzamos el verdadero dominio del arte de vivir.

El Bhagavad Gita era el manual de Gandhi para aprender a amar, dar y servir.

Y yo había visto el secreto de su transformación. En el sánscrito hay un dicho: "Te conviertes en lo que meditas". Al meditar en el Bhagavad Gita todos los días e intentar constantemente en llevarlo a su vida, Gandhi lo convirtió en su libro de referencia espiritual, un manual no para el retiro espiritual sino para dominar los tempestuosos desafíos de la vida moderna.

En un famoso verso del Gita, el yoga se define como "el arte de todo trabajo". "Trabajo" aquí es el karma sánscrito, no es solo nuestra ocupación, sino todo lo que hacemos. ¿Qué enseña el Gita sobre cómo trabajar y cómo el trabajo puede ser yoga?

El Gita es una llamada a la acción. Su diálogo no se desarrolla en un retiro en un tranquilo bosque, sino en un campo de batalla: el campo de batalla de la vida, del corazón humano. Krishna nos dice que no tenemos otra opción más que actuar. Incluso no hacer nada es también una acción. Lo que sí podemos elegir es para qué y cómo trabajar: podemos trabajar para nosotros mismos o para los otros; podemos trabajar en amor y armonía o en competencia y bajo presión, movidos por motivos mezquinos como la codicia, la envidia y el orgullo. La elección es nuestra. Vivir para los demás puede no sonar muy atractivo, pero nos da felicidad, libertad y un propósito. Vivir para uno mismo promete la satisfacción, pero solo lleva a aumentar la alienación y la desesperanza. Krishna concluye de esta manera: "Te he mostrado ambos caminos, Arjuna. Ahora escoge el que creas correcto".

¿CÓMO DEBERÍAMOS COMENZAR?

El Gita nos muestra cuál es el secreto para vivir en libertad en una de sus famosas líneas: "Tienes derecho a trabajar, pero no a los frutos de tu acción".

Esta sencilla declaración se ha prestado a mucha confusión. Para términos prácticos, puede ser resumida con más claridad: "Escoge una meta altruista y medios altruistas para llegar a ella. Luego, haz el trabajo lo mejor que puedas y deja los resultados al Señor".

Esto plantea de inmediato la cuestión de lo que Buda llamaba "la ocupación correcta". La base del juramento hipocrático es "lo primero es no hacer daño": creo que este es un buen juramento para todos. Si queremos mejorar la calidad de nuestra vida, el primer paso es asegurarnos de que nuestro sustento no se gane a expensas de la vida misma. Cualquier trabajo que provoque heridas o sufrimiento a cualquier otra criatura debe ser rechazado por ser indigno de un ser humano.

"Todas las criaturas aman la vida", dice Buda. "Todas las criaturas temen a la muerte. Por lo tanto, no mates ni hagas que otros maten". Incluso si solo apoyamos las actividades que dañan a otras personas o criaturas, estamos violando la ley más básica de la vida. Por ejemplo, soy vegetariano no solo porque es un antiguo hábito, sino porque sé que la divinidad que está presente en mi corazón y en el tuyo también está presente en todo ser vivo.

Cuando comenzamos a ver la vida de este modo, quizá descubramos que, involuntariamente, estamos comprometidos con un trabajo al que Buda llamaría "la ocupación incorrecta". Este puede ser un descubrimiento angustiante y con consecuencias muy incómodas. No tiene sentido culparnos si descubrimos que nuestro trabajo se da a expensas de otra vida, pero una vez que nos damos cuenta de esta verdad, nos corresponde retirarnos de esa actividad. Debemos hacerlo incluso si eso implica un recorte en el salario o nos enfrenta a un período turbulento de búsqueda de un nuevo trabajo donde podamos emplear nuestras habilidades de una manera más provechosa.

Si contemplamos con sinceridad el sencillo principio de "lo primero es no hacer daño", podemos transformar nuestra sociedad. Imagina lo que sucedería si todo el talento, tiempo y recursos que ahora se dedica a investigaciones militares, entretenimiento violento o sensacionalista y a la producción y comercialización de productos perjudiciales para la salud se destinara a resolver los problemas de desempleo, desamparo, abuso y violencia que asolan el mundo. Aun si nuestra ocupación no contribuye con mucho, existen muchas otras oportunidades de servicio desinteresado donde podemos ofrecer tiempo, energía, habilidades y entusiasmo a una causa más grande que nosotros mismos.

LA VIDA ES PARA DAR

Somos enviados a la vida para una tarea: enriquecer la vida de los demás.

Una vez que nos hemos liberado de ese trabajo que consume la vida, podemos empezar a dar. De hecho, el Gita diría que ese es el verdadero propósito vital. No recibimos la vida para nuestro propio disfrute: la vida es un mandato y cada uno de nosotros es un administrador cuyo trabajo es usar los bienes confiados para el beneficio de la mayoría.

En este sentido, nadie está ni estará desempleado. Siempre tenemos un trabajo que hacer. Somos enviados a la vida para una tarea: enriquecer la vida de los demás. Todo el que tome de la vida sin nunca dar —dice el Gita sin rodeos— es un ladrón: alguien que roba tiempo, energía, educación, talento.

El mejor trabajo no se hace por el afán de lucro, sino por el amor.

Tengo amigos y profesionales de la academia que siempre me dicen: "No conoces la naturaleza humana. Sin un beneficio, los seres humanos no dan lo mejor de sí mismos". Y yo respondo con cariño: "Eres tú quien no conoces la naturaleza humana. Así la estás devaluando; yo la estoy elevando. En todas partes, el mejor trabajo no se hace por el afán de lucro, sino por el amor". Mahatma Gandhi, Francisco de Asís, la Madre Teresa: hombres y mujeres como ellos nos han enseñado nuestra verdadera dimensión humana.

Solo porque el orden económico haya funcionado hasta ahora motivado por el beneficio, no es razón para afirmar que esta sea la base de nuestro comportamiento. Tenemos tanta riqueza y abundancia en esta hermosa tierra que todavía no comprendo por qué existe la pobreza, por qué hay niños que viven sin comida ni refugio, por qué millones de hombres y mujeres capaces y dispuestos a trabajar no consiguen empleo. Hasta un economista sin formación como yo no puede dejar de ver que no vivimos en un orden económico, sino en un desorden económico. Ha llegado el momento en el que la sociedad debe comenzar a funcionar por un motivo superior: el motivo del amor en acción, al que todo ser humano responde.

LOS MEDIOS CORRECTOS

Una semilla con sus nutrientes, el suelo en que está plantada y el clima forman parte del ambiente que la hará crecer y convertirse en un árbol. De la misma manera, las consecuencias de cada acción están contenidas en la acción misma. Este es el significado de la tan incomprendida palabra "karma". Cualquier acto, incluso los pensamientos, tienen consecuencias que están contenidas en él. Así como una bellota se convierte en roble cuando el ambiente es favorable, toda acción da su fruto de naturaleza similar a su debido tiempo. Los actos egoístas traen los frutos del egoísmo: relaciones rotas, soledad, frustración, depresión, desesperación. El trabajo generoso trae los frutos de la entrega: amigos leales, seguridad, fe en la bondad humana y una mayor capacidad de dar más a los demás.

Para obtener resultados correctos, es esencial contar con los medios correctos. Los medios equivocados nunca nos llevarán a un buen fin, como tampoco las semillas de cardo te permitirán cosechar manzanas. Por muy buena que sea la intención en el fin deseado, por muy sinceramente que se desee, los medios equivocados siempre traen fines equivocados. Sencillamente, esto sucede porque están impulsados por la voluntad propia, que siempre provoca la voluntad propia en los demás: oposición, mala voluntad, enojo y la obstinada insistencia en hacer a la manera de cada uno. Todo se contamina en este tipo de atmósfera, incluso en las mejores de las circunstancias.

NO TE PREOCUPES POR LOS RESULTADOS

Una vez que has escogido el trabajo y los fines correctos, el Gita dice que todo lo que resta es dar lo mejor de ti. Haz tu trabajo con entusiasmo y concentración y no te preocupes por tener los resultados que quieres cuando y como los quieres. Los resultados de nuestro trabajo son parte de una imagen mucho, mucho más grande de lo que podemos manejar. No están en nuestras manos. Preocuparnos por conseguir las cosas de la manera que queremos solo trae inquietud a las personas que trabajan con nosotros y a nosotros mismos.

Todo trabajo se desarrolla en fases. Si solo miras las consecuencias inmediatas en lugar de la meta, es probable que te enredes emocionalmente y te agotes o pierdas la esperanza. Incluso puedes llegar a involucrarte tanto que comiences a recurrir a los medios equivocados solo para hacer las cosas de la manera que piensas que deben hacerse. A largo plazo, esto debilita tu trabajo y vuelve los resultados en tu contra.

Cuando comencé a enseñar meditación hace ya 35 años, recibí el consejo de una amiga muy entusiasta y alquilé un salón en Oakland para dar una charla pública. "Así es como se hacen las cosas en Estados Unidos", me dijo. "Tienes que pensar en grande". Yo estaba dispuesto a todo. Colgué algunos afiches y llegué temprano, esperando una gran multitud. Pero solo había tres personas allí: yo, mi esposa Christine y nuestra amiga en la cafetería bebiendo un café.

El resto de la multitud llegó más tarde: un joven y su hermano (que luego me di cuenta de que había sido obligado a ir, ya que tan pronto como empecé a hablar, se quedó dormido).

Imagina esto: alquilas un gran salón, atraes a una audiencia de cuatro personas incluyendo a tu esposa, ¡y uno de ellos se queda dormido! Ahora puedes ver por qué el Gita dice que si quieres hacer un trabajo importante, no debes permitir que tu ego se involucre: si lo haces, te inquietarás y te lastimarás, además, estarás tentado a hacer todo tipo de cosas para evitar que eso vuelva a suceder.

En ese momento, en vez de enojarme, evalué mi mente y me sentí complacido de descubrir que no estaba inquieto en lo más mínimo. Eventos como este pertenecen a la primera fase del trabajo desinteresado. Si hubiera olvidado que a la primera fase le sigue la segunda, me habría rendido y llegado a la conclusión de que nunca lograría enseñar meditación a los estadounidenses.

Pero esto no era la totalidad. Apenas estaba viendo el primer acto, quizás solo la primera escena. Para ponerlo en otra perspectiva, este solo era el primero de una larga serie de pasos. Estaba aprendiendo a caminar. Le dije a Christine: "no tenemos que preocuparnos por la cantidad de gente, solo tenemos que dar lo mejor". Les di la misma charla entusiasta a ellos cuatro que podría haber dado en un salón lleno y, después de un par de semanas, estaba hablando de meditación en el campus de la Universidad de California a una audiencia de 400 estudiantes.

"El yoga es la uniformidad de la mente", dice el Gita. Cuando trabajamos para nosotros mismos, nos sentimos motivados pero nos agotamos. Cuando trabajamos por prestigio y poder, nos ponemos tensos e incluso enfermos. No preocuparnos por los resultados significa que cuando la fortuna te sonríe y cuando te llega el éxito, no te emocionas; solo dices gracias. Entonces, cuando la fortuna frunce el ceño y los amigos te abandonan y todo parece ir en tu contra —como es de esperar porque así es la naturaleza de la vida— no te deprimes ni te desanimas. Nada puede sacudirte, estás en tu mejor momento, pase lo que pase. Eso es vivir en libertad.

Por supuesto, en la práctica todos debemos admitir que cualquier trabajo altruista comienza con alguna motivación personal. Es bueno aceptarlo desde el principio. Pero, si practicamos meditación y otras disciplinas espirituales, estos motivos personales y egoístas irán desapareciendo poco a poco.

Yo también comencé la enseñanza por motivos personales. Aunque era devoto a mis estudiantes, había una cierta motivación propia. Sin embargo, comencé a dar lo mejor de mí a la meditación y a mis estudiantes y, gradualmente y con mucho esfuerzo, encontré que los motivos personales se disolvían en el abrumador deseo de servicio.

El Gita explica que la manera en la que trabajamos es tan importante como lo que hacemos. Los valores espirituales no se enseñan, sino que se captan de las vidas de quienes los encarnan. Puede que tu trabajo no sea más glamoroso que ser conserje en un hospital, pero si practicas disciplinas espirituales con sinceridad, estarás contribuyendo a la vida de otras personas (aunque no lo veas). Estas son leyes espirituales.

No tenemos que envidiar a otros porque sus trabajos parecen tener más prestigio o creatividad, o porque otras personas parecen tener más habilidades. Estamos donde estamos, haciendo lo que estamos haciendo, porque tenemos algo que aprender de ese contexto particular. Lo que somos y quiénes somos —lo que hemos pensado, hecho y deseado— nos ha llevado a ese trabajo y a esos compañeros de tareas. Todo esto crea la situación que necesitamos para crecer. Con el crecimiento vendrá un nuevo contexto en el cual trabajar, con nuevas personas, nuevos desafíos y mejores oportunidades para el servicio.

¿Hay algún trabajo que sea cien por ciento perfecto? ¿Hay algún puesto en el que hagas solo lo que crees que debes hacer, en el que tu empleador te habilite descansos para meditar y te permita decirle cómo debe conducir su negocio de acuerdo a tu interpretación de las verdades eternas? Todo trabajo tiene requisitos que no son decididos por nosotros. Muy pocos trabajos son puros. Ninguna ocupación está libre de conflictos, ninguna tarea nos garantiza protección de situaciones estresantes o de personas con puntos de vista diferentes. Nada está exento de monotonía, todos los tipos de trabajo requieren una cierta cantidad de rutina.

El Gita nos dice: no te preguntes si te gusta el trabajo, si es creativo, si siempre ofrece algo nuevo. Pregúntate si eres parte de un trabajo que beneficia a las personas. Si es así, da lo mejor de ti. En ese espíritu, todo trabajo productivo puede convertirse en una ofrenda espiritual.

EL TRABAJO COMO YOGA

Por último, Sri Krishna dice que el trabajo hecho con el espíritu del servicio desinteresado se convierte en alabanza. Nuestro trabajo e incluso nuestra recreación se convierten en yoga, parte de nuestro camino a la integración completa del carácter, la conducta y la consciencia.

El propósito del trabajo es alcanzar la sabiduría. La civilización moderna no se ha puesto al día con esta idea, que pone de cabeza la economía. Entiendo la necesidad de mantenernos a nosotros mismos y a nuestras familias, de tener un sentido de realización personal, e incluso de proporcionar los bienes y servicios que la sociedad necesita. Pero hay un propósito más elevado para el trabajo, y ese es la auto-purificación: expandir nuestra consciencia para incluir la vida entera al remover los obstáculos para amar. Y no hay forma de hacerlo excepto en nuestras relaciones en el trabajo y en casa: siendo pacientes, siendo amables, trabajando en armonía, respetando siempre a los demás y nunca buscando el engrandecimiento personal.

Un refrán sánscrito lo resume todo: "toda la vida es yoga". La comida, el trabajo, las relaciones, la recreación y hasta el sueño no son vistos como necesidades físicas, sino como actividades que —cuando se practican con un espíritu de amor y servicio— nos ayudan a alcanzar la meta suprema.

En uno de los más gloriosos pasajes del Gita, Sri Krishna nos dice: "Hagas lo que hagas, hazlo como una ofrenda para mí". Si estás actuando por beneficio personal, no es una ofrenda al Señor. Si actúas deseando el prestigio, no es una ofrenda al Señor. Quien está libre de los motivos personales (ganancia, placer, prestigio, poder), nos dice el Gita, es un verdadero yogui. La vida no puede dominarlo, esa persona vive en libertad. Está completa, vive en alegría con lo que le da la vida. Para esas personas, el Gita promete que el "yoga le pondrá fin a la pena".

Acerca del Maestro

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Eknath Easwaran
Eknath Easwaran came to the United States from India as a Fulbright exchange professor in 1959 and founded... Leer más