Imagina que sales a correr por tu ruta preferida. Una raíz saliente de un árbol se atraviesa en tu camino. La ves demasiado tarde y te tropiezas, cayendo al piso y golpeándote la rodilla con una piedra. Tras el impacto, los receptores del dolor en la rodilla envían señales a tu cerebro, lo que hace que la rodilla "duela". Este es un ejemplo clásico y simple de cómo funciona el dolor, ¿verdad?
Aunque casi todos aprendimos a pensar de esta manera sobre el dolor, las últimas investigaciones revelan que no es así como funciona el proceso. La más acertada y moderna fisiología del dolor presenta un nuevo paradigma revelador, con implicaciones de gran alcance sobre cómo vemos y abordamos terapéuticamente el cuerpo. Curiosamente, estos nuevos conceptos sobre el dolor son consistentes con las enseñanzas clásicas del yoga sobre nuestra conexión innata entre la mente y el cuerpo. En este artículo haré una introducción a este nuevo y fascinante campo de la ciencia para que podamos aprender a enfocar de manera más inteligente la experiencia del dolor.
En el ejemplo que imaginamos antes, el dolor nació en tu rodilla en el momento en que fue golpeada contra la piedra. Las terminaciones nerviosas ubicadas allí, llamadas nociceptores, detectaron este dolor y luego sentiste que la rodilla "dolió". En esta "versión obsoleta" del proceso, el dolor está considerado como una entrada de información al cerebro.
Ahora miremos la fisiología del dolor con unas lentes nuevas. Imagínate otra vez corriendo por tu camino preferido. Te tropiezas con la misma raíz, caes al piso y te golpeas con la misma piedra. Esta vez, sin embargo, las terminaciones nerviosas de tu rodilla no envían "dolor" a tu cerebro. En lugar de eso, los nociceptores envían una señal de alerta de que algo posiblemente peligroso acaba de pasarle a tu rodilla. Esta señal de advertencia no es dolor en sí mismo, es simplemente un mensaje que dice: "Oye, cerebro, algo acaba de suceder en la rodilla. Cambio y fuera".
Ahora miremos la fisiología del dolor con unas lentes nuevas.
Tu cerebro toma este mensaje de advertencia y lo pone en consideración junto con una multitud de otros mensajes entrantes que recibe al mismo tiempo, como tu estado emocional en el momento, los recuerdos de experiencias pasadas similares a lo que te está sucediendo ahora, si estás al comienzo del camino o más lejos, si hay o no personas que puedan ayudarte, etcétera. En solo una fracción de segundo, tu cerebro procesa todo estos mensajes a la vez y toma una decisión sobre qué tan peligrosa es, en verdad, la situación en tu rodilla. En base a esta conclusión, elegirá crear o no la sensación de dolor y, si elige el dolor, qué tan fuerte será.
Esta distinción es muy importante. En nuestro modelo anterior, ya obsoleto, pensábamos que el dolor existía primero en la rodilla y luego nuestro cerebro lo sentía (el dolor era una información entrante en el cerebro). En este nuevo modelo, sin embargo, no hay dolor en la rodilla física en sí misma. En realidad, cualquier dolor que experimentes en ese punto fue puesto por el cerebro como un mecanismo de protección: un mensaje que te señala que no te pongas de pie ni sobrecargues la rodilla lastimada. Así responde a las necesidades de tu cuerpo. Otra forma de decir esto es que el dolor no es información entrante al cerebro, sino una información saliente desde el cerebro que ayuda a guiar a la mente y el cuerpo hacia sus próximos pasos y decisiones.
Ampliemos nuestro ejemplo inicial para comprender por qué esta distinción entre entrada/salida es tan importante. Esta vez, imagina que estás corriendo por el camino, pero en lugar de disfrutar del ejercicio estás huyendo de un oso enfurecido que ruge detrás tuyo. Te tropiezas con la misma raíz y te golpeas la rodilla con la misma piedra. Los receptores de peligro (nociceptores) en tu rodilla le envían el mismo mensaje a tu cerebro: "Oye, cerebro, algo acaba de suceder en la rodilla. Cambio y fuera".
Tu cerebro decide qué tan peligroso es este problema en tu rodilla al comparar el mensaje de nocicepción junto con la otra situación que estás enfrentando al mismo tiempo: el oso. Es consciente de que tu rodilla puede haber sufrido algún daño en los tejidos, pero también se da cuenta de que un oso enfurecido te está persiguiendo en este preciso momento. Si envía ahora dolor a la rodilla, esto podría hacer que disminuyas la velocidad, aumentando las probabilidades de que el oso te atrape (algo mucho más peligroso que una simple herida en la rodilla). Así que tu cerebro elegirá enviar cero dolor a tu rodilla para que puedas volver a levantarte y correr —sin dolor— a un lugar seguro. Una vez que haya pasado el peligro, es muy probable que comiences a sentir dolor en la herida. Tu cerebro habrá decidido que, ahora que tu vida está a salvo, es hora de priorizar el tejido dañado.
Como lo muestra este ejemplo del oso, el cerebro decide enviar dolor sólo en contextos en los que determina que el dolor es una señal ventajosa.
Consideremos un último ejemplo para mejorar nuestra comprensión. Esta vez, estás disfrutando de tu ejercicio (sin oso) pero sucede que eres un bailarín profesional con una actuación muy importante programada para esta noche. Cuando tropiezas, te caes y te golpeas con la piedra, tu cerebro es consciente de que la salud de tu rodilla está íntimamente relacionada con tu capacidad para bailar, que es tu medio de vida y tu único sostén financiero. Por lo tanto, es probable que tu cerebro llegue a la conclusión de que esta situación en tu rodilla es particularmente peligrosa y podría producir más dolor que el cerebro de una persona que no fuera un bailarín profesional. En este caso, un bailarín y otra persona que no baile sentirán diferentes niveles de dolor ante la misma herida, siendo esto determinado en gran medida por el contexto.
Estos ejemplos nos muestran que si bien creíamos que el dolor era una sensación objetiva que existía en los tejidos de nuestro cuerpo, ahora entendemos que el dolor es una experiencia subjetiva y que el cerebro lo crea y gestiona por completo. Piensa en el dolor como un mensaje que tu cerebro te envía indicándote que tomes medidas de protección contra algo que percibió como una amenaza.
En los ejemplos que hemos visto hasta ahora, sólo hemos visto el dolor agudo, resultado directo de una lesión reciente. Pero cuando se trata de dolor crónico o persistente (más de tres meses de duración), el vínculo entre el dolor y el daño tisular suele ser muy débil. Estudios recientes han demostrado en repetidas ocasiones que hay personas que tienen daños importantes —piensa en hernias de disco y otras lesiones en la columna, desgarros en el manguito rotador, etc.— pero no tienen dolor asociado. Y a la inversa, muchas personas que experimentan dolor crónico no tienen ningún daño tisular asociado, nada que pueda ser detectado con la tecnología de imágenes médicas como resonancias magnéticas o tomografías.
Este descubrimiento casi increíble es completamente opuesto a lo que la mayoría de nosotros hemos aprendido acerca de la naturaleza del dolor crónico. En general, se nos ha enseñado que si algo duele, es porque hay una lesión o daño en ese lugar. Pero el nuevo paradigma del dolor revela que el cerebro puede elegir crear dolor por varias razones, el daño tisular real es solo una de ellas. Otros factores, como las emociones, el estrés, los recuerdos de experiencias pasadas y, lo que es más importante, nuestras propias creencias personales sobre nuestro cuerpo y el dolor pueden influir en cómo lo experimentamos. Por ejemplo, piensa en alguien que sufre de dolor crónico y cree que es el resultado de un daño en los tejidos. Esta persona sentirá preocupación y ansiedad con respecto al área de dolor de su cuerpo y esas emociones influirán en el cerebro creando más dolor o prolongándolo, aunque no haya ningún daño estructural. A la inversa, los estudios han sugerido que con aprender cómo funciona realmente el dolor crónico ya tenemos una herramienta eficaz para reducirlo.
Este descubrimiento casi increíble es completamente opuesto a lo que la mayoría de nosotros hemos aprendido acerca de la naturaleza del dolor crónico.
Esta conexión directa entre nuestros pensamientos y la experiencia vivida en nuestros cuerpos es uno de los conceptos más profundos que ofrece la nueva ciencia del dolor y apoya directamente las tradicionales enseñanzas yóguicas sobre la conexión mente-cuerpo. Uno de los propósitos principales de nuestra práctica de yoga es calmar nuestros pensamientos, frecuentemente asociados a emociones como el estrés, la ansiedad o la preocupación. Si calmamos efectivamente estas entradas de información potencialmente negativas mientras movemos nuestro cuerpo confortablemente y sin dolor durante la práctica de yoga, podemos tener una receta para reducir el dolor. Además, puede explicarnos por qué muchas personas encuentran una relación directa entre la práctica de yoga y la disminución de su dolor crónico.
Esta nueva información que nos brinda la ciencia del dolor repercute ampliamente en la manera en que enfocamos el cuerpo y la mente en los entornos terapéuticos como la terapia física, el masaje y algunos tipos de yoga. Por ejemplo, una vez que entendemos que dolor y daño tisular no siempre están relacionados, podríamos preguntarnos: ¿será el tratamiento de los tejidos la mejor manera de tratar los dolores en general? Por otro lado, si el dolor es una experiencia subjetiva creada por el cerebro, cuando reducimos el dolor efectivamente, ¿cambiamos el cuerpo o cambiamos el cerebro? Si te interesa ahondar en estas y otras fascinantes líneas de investigación, te invito a consultar esta lista de excelentes lecturas:
Libros
Explicando el dolor, por David Butler y Lorimer Moseley
A Guide to Better Movement: The Science and Practice of Moving with More Skill and Less Pain, por Todd Hargrove
Sitios web y artículos
Body in Mind: Research into the Role of the Brain & Mind in Chronic Pain
Pain Fundamentals: A Pain Science Education Workbook for Patients and Therapists, por Greg Lehman
The Truth About Back Pain: A Biopsychosocial Approach to Treatment, por Shelly Prosko
Life Is Now Pain Care, con Neil Pearson