Alguien que practica una vez por semana (a veces) reflexiona sobre los poderes restauradores del yoga.
Sostengo mi cuerpo tembloroso en la postura del perro boca abajo. Tengo los brazos extendidos, los dedos separados, las palmas abiertas sobre el tapete morado. Mientras mi trasero se arquea alto en el aire, los dedos de los pies se estrujan y los talones no llegan al suelo. Me duelen las piernas y el sudor me corre por la espalda. Claramente, no soy una yogui.
Pero, ¿qué es un “yogui”, después de todo? Un practicante avanzado de yoga, según indica el diccionario. Bien, puedo decirles una cosa: yo NO soy eso. El diccionario también define la palabra yogui como “alguien que practica yoga”: ahora sí, esa definición se acerca más a lo que yo soy.
Tradicionalmente, esta antigua filosofía promueve y recomienda una serie de disciplinas físicas y mentales para lograr la liberación del mundo material y unir el yo con el Ser Supremo. Hoy en día, sin embargo, la mayoría de los occidentales piensan en el yoga como una serie de posturas y ejercicios de respiración para obtener el control de sus cuerpos y mentes.
¿Es importante esta diferencia de concepto? No para mí. Soy madre, esposa, modelo, escritora y entrenadora de baloncesto de secundaria, por lo que no me resulta fácil bajar la velocidad y hacer lo que sé que es bueno para mi cuerpo y mi mente. Y sin embargo, el yoga me ha ayudado a sobrevivir tanto mental como físicamente. Quizás debería explicarlo mejor.
El yoga ha sido parte de mi vida durante más de 20 años, pero cuando alguien me pregunta si "practico" yoga, generalmente dudo al responder. ¿Por qué? Porque no puedo doblarme como un pretzel ni extender mi tapete todos los días. De hecho, la vez que mi representante me preguntó si quería modelar para una marca de ropa de yoga también dudé: no podía dejar de pensar en lo asombrados que estarían cuando vieran que mi hombro quedaba demasiado alto en la postura de la silla y que mis caderas no encuadraban bien en la postura del guerrero I. Es que, realmente, ¿practico yoga?
El yoga ha sido parte de mi vida durante más de 20 años, pero cuando alguien me pregunta si "practico" yoga, generalmente dudo al responder.
La primera vez que probé hacer yoga fue en la universidad, en mi única clase de actuación. No entendí su importancia para la clase o para mi vida. Ya jugaba baloncesto y me encantaba el ejercicio físico intenso. No podía comprender la importancia de estirar lentamente el cuerpo, por no hablar de silenciar mi mente. ¿Saludo al qué? Luché con cada postura excepto aquellas que requerían equilibrio y fuerza. Cuando terminó la clase, instantáneamente me despedí del yoga.
Hasta que mi vida cambió para siempre. El 20 de noviembre de 1991, justo días antes de mi boda, me atropelló un tren. Me rompí el brazo y el fémur derechos. Y mi corazón se destrozó cuando desperté en el hospital y me enteré de que mi novio había muerto en el accidente.
El yoga no fue una ayuda inmediata. Pero a medida que comencé a fortalecerme físicamente y pude seguir adelante con mi vida —aprendiendo a sobrevivir cada día sin Mark— el camino de regreso apareció lentamente. Meses después del accidente, cuando pude volver a caminar, entré en una clase de yoga. Sabía que sería casi imposible hacer la mayoría de las posturas, pero aún así me sentí obligada a intentarlo. Creo que, en lo profundo de mi corazón, sabía que trabajar para equilibrar mi cuerpo me haría bien y también podría ayudarme a hacer lo que más quería: volver a jugar al baloncesto.
Con el lado derecho de mi cuerpo completamente dolorido por las lesiones, necesitaba una gran cantidad de mantas y accesorios para entrar y salir de posturas incómodas. Me enfoqué en mi respiración y, de alguna manera, esa concentración me ayudó a encontrar la paz en un momento de estrés y dolor. Día tras día, postura a postura, mi yoga mejoró, mi juego también mejoró y, en definitiva, mejoré yo misma.
Hoy, 20 años más tarde, me gustaría poder decir que me levanto a las 5 de la mañana y practico una hora de yoga y meditación antes de comenzar mi día, pero no es así. Intento tomar una clase de yoga una vez por semana (y hago énfasis en "intento"). Hago unos 10 a 15 minutos de yoga después de mi entrenamiento. Con la ayuda de un buen calentamiento y una rutina de estiramiento basada en yoga, todavía compito en las ligas femeninas de Seattle de baloncesto, ¡nada mal para alguien de 45 años!
Mi cuerpo está un poco torcido y puede que no haya alcanzado la liberación del mundo material ni la unión del yo con el Ser Supremo, pero, a pesar de todo, el yoga me permite jugar baloncesto, disfrutar con mi esposo y mis hijos y también me otorga algunos momentos de paz y tranquilidad en esta vida tan loca y divertida. No soy una yogui, pero soy feliz. En definitiva, ¿no es eso lo que realmente importa?
Créditos de la foto: Wendy Cope, greybeard39, Vox Efx, Nelson L., Georgie Pauwels.