Los cinco errores más grandes que he cometido como profesora de yoga (hasta ahora)

For Teachers
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Dicté mi primera clase de yoga en la primavera de 2005, justo después de completar mi segundo año en la universidad. Estaba en la sala de descanso de una oficina de seguros y puse un CD de Enya (la única "música de yoga" que tenía) en un pequeño tocadiscos púrpura que llevé conmigo. Pero lo que más recuerdo es que estaba muy preocupada por que mi sesión no fuera lo suficientemente larga como para completar los 50 minutos (lo logré a duras penas, con un largo savasana). A pesar de mi inquietud inicial —y también gracias a unos alumnos muy amables y compasivos— descubrí que me encantaba enseñar asanas. Seguí haciéndolo y tan pronto me di cuenta de que sería bueno para mí tener un poco más de formación, me inscribí en todos los talleres y capacitaciones que pude, tanto para perfeccionar mis habilidades de enseñanza como para aumentar mi repertorio de asanas (y hacerlo más largo que aquellos 50 minutos).

Pasé por varias capacitaciones para maestros y diez años después todavía me encanta enseñar yoga (aunque ahora lo hago sin el amplificador púrpura). Observando el panorama completo, me doy cuenta de que una década no es realmente tanto tiempo. Sin embargo, mientras miraba recientemente el último dígito del año volver al cinco, no pude evitar sentirme un poco nostálgica (como es natural cuando uno se acerca al décimo aniversario de casi cualquier cosa). A pesar de que tengo casi todos buenos recuerdos de este tiempo de enseñanza, a veces me pregunto "¿en qué estaba pensando?". De la misma manera que me hago esta pregunta cuando miro mis fotos de la adolescencia (tanta sombra de ojos... tantas coletas...), a veces me estremezco cuando pienso en algunas de las cosas que dije, hice y creí como maestra. Y aunque que muchas de estas "vergüenzas" solo son tonterías (mi torpe pronunciación de bhujapidasana, esos pantalones de yoga naranja brillante que accidentalmente dejaban ver todo o los intentos fallidos de "sonar como yogui"), también encuentro allí lecciones importantes.

Puede que no haya sido una chaturanga "de libro", pero para mi cuerpo fue una postura segura y sostenible.

Hace años, escuché decir a un maestro que admiro que los errores eran un "motivo de celebración". La perfeccionista que hay en mí se sentía escéptica. ¿Por qué demonios celebraría un fracaso? Pero cuanto más lo pienso, más sentido tiene. Aunque darse cuenta de las equivocaciones y los conceptos erróneos en yoga pueden hacer doler el ego, los errores también pueden enseñarnos mucho. Es paradójico, pero parece que mientras más clases dicto, más capacitaciones tomo y más libros leo, más corta es mi lista de "cosas-que sé-con-certeza". Esto es a veces desmoralizante, a veces emocionante. Pero en definitiva, como maestros, cuando damos un paso atrás y nos preguntamos: "¿tiene esto sentido?" "¿esto realmente funciona?”, ayudamos más a nuestros alumnos y aprendemos más sobre nosotros mismos. Y eso, seguramente, es algo para celebrar.

A continuación se presentan cinco errores principales —ejem, causas de celebración— que cometí durante mi primera década como profesora de yoga y de los cuales —con el tiempo— aprendí mucho. Tal vez tú también aprendas algo (aunque solo sea para decir "Gracias a Dios. ¡Alguien más hizo/pensó/dijo eso también!")

Suponer que la alineación es la misma para todos

Desde la primera vez que puse un pie en una colchoneta antideslizante, me intrigó la alineación: esas pequeñas variantes, giros y ajustes que pueden cambiar drásticamente la forma en que se ve y se siente una postura. Desde el principio quise practicar y enseñar cada asana "correctamente". En otras palabras, con una “buena alineación”. Pero durante mucho tiempo pensé que una "buena alineación" significaba "eso que veo en los libros y revistas de yoga". También supuse que si una postura se veía "correcta", tenía que ser saludable y beneficiosa. Y que con solo seguir las indicaciones "correctas", la "buena alineación" sería suficiente para aliviar todos nuestros dolores, molestias y asimetrías. Si un alumno hace A, el resultado será B. Así de simple.

Pero... la realidad no es tan simple. Los cuerpos humanos son complejos y distintos entre sí. Si bien hay ciertas indicaciones de alineación que funcionan para casi todos y casi siempre, no faltarán excepciones, porque las personas, los cuerpos y también los tiempos son diferentes: lo que puede ser un momento "¡eureka!" para uno, puede ser un momento "¿eh?" para el que está a su lado. Piénsalo así: pedirle a un alumno con un torso muy largo que separe los pies un metro para hacer prasarita padottonasana (pinza de pie con piernas abiertas) tendrá un resultado muy diferente si le pedimos lo mismo a otro alumno con el torso más corto. Agrégale a eso el hecho de que los humanos aprendemos cosas nuevas sobre el cuerpo todo el tiempo (recuerda que recientemente se descubrió un nuevo ligamento en la rodilla) y te estarás preguntando si realmente hay alguna cosa más en todo esto de la "alineación" que caderas encuadradas y ángulos de 90 grados.

En realidad, fueron mis propias frustraciones con chaturanga dandasana (postura del bastón sobre cuatro miembros) lo que me llevó a cuestionar la validez de las "verdades absolutas sobre la alineación". Una indicación muy común para pasar de la tabla a chaturanga es moverse hacia adelante para que los antebrazos queden perpendiculares al piso y los codos flexionados en un ángulo de 90 grados. (Para ser clara, no estoy hablando de evitar que los hombros caigan debajo de los codos, eso es un tema de seguridad básico. Me refiero a la indicación de ir hacia adelante con el cuerpo lo suficiente como para crear un ángulo recto perfecto en los codos al bajar a chaturanga). Esta era una instrucción que yo conocía bien, frecuentemente se la indicaba a los alumnos. Asimismo, me daba cuenta que cuando yo practicaba chaturanga tenía que ir tan adelante para poder alcanzar ese ángulo de 90 grados que casi quedaba haciendo equilibrio sobre las uñas de los pies. Y cuando pasaba a la postura del perro mirando hacia arriba, mis hombros terminaban un poco por delante de mis muñecas, lo que me hacía colapsar en las lumbares y me hacía doler mis muñecas, hombros y cuello.

En mi caso, hacer una alineación en un ángulo de 90 grados me estaba llevando a un perro mirando hacia arriba mal alineado y peligroso para mi cuerpo. La primera vez que un profesor se paró a mi lado y me preguntó: "¿Qué pasa si no te mueves tan adelante?" me sonó como una blasfemia. Pero también se sintió como una liberación. Si simplemente me movía un poco menos hacia adelante (de manera que mis hombros pasaran apenas mis muñecas), ya no hacía el ángulo "ideal" de 90 grados en los codos, pero la transición al perro mirando hacia arriba era fácil y suave, las muñecas no chillaban y podía lograr una flexión hacia atrás más profunda en la columna torácica (sin colapsar tanto mi cuello y mis lumbares). ¡Y ni siquiera tenía que acomodar los pies cuando iba hacia atrás para entrar en el perro mirando hacia abajo!

Puede que no haya sido una chaturanga "de libro", pero para mi cuerpo fue una postura segura y sostenible. No estoy diciendo que la indicación de mantener un ángulo de 90 grados sea inútil y no debes usarla, solo digo que no funciona igual para todos y, en lugar de enfocarnos tanto en cómo se supone que debe verse una postura, quizás podamos enfocar nuestra atención en ver si un alumno está ubicando su cuerpo de manera segura y beneficiosa para él.

Cuando equiparamos la alineación "de libro" con una "buena" alineación o suponemos que toda y cada una de las desalineaciones puede ser "arreglada" con la misma instrucción predeterminada, le quitamos a nuestros alumnos su propio poder. Porque si tu maestro te está diciendo constantemente que "escondas la pelvis" para "arreglar" tu espalda súper arqueada y aun así no solucionas esa lordosis, entonces pensarás que hay algo mal contigo (cuando en realidad, sólo necesitas una instrucción o ajuste diferente).

Cuando me pregunté "¿qué quiero decir con 'buena alineación'?" descubrí que muchas de mis pautas de alineación estaban más orientadas a la estética que a la función. A fin de cuentas, lo que quiero como profesora es que mis alumnos estén seguros, se diviertan y encuentren un poco de desafío. Y quizás, con suerte, aprendan algo sobre ellos mismos en el camino. Si ese es el objetivo, entonces una buena alineación es una alineación realmente segura y efectiva. Y no siempre será la misma para todos.

Pensar que siempre debía tener una respuesta

Luché mucho con esto a finales de mi adolescencia y en los primeros años de la veintena. Hasta ese punto me sentí bastante cómoda enseñando movimientos (dictaba clases de ballet en la escuela secundaria), en gran parte porque mis alumnos eran casi todos niños pequeños. Enseñar a los adultos era algo completamente nuevo. Me preocupaba que, al ser tan joven, nadie me tomara en serio. Eso resultó en que me presentara como alguien súper autoritario, alguien que siempre tenía una respuesta para cada pregunta. ¿Y si no sabía algo? Pensaba que eso significaba que yo era un fraude, un fracaso. En ese punto llegué a la conclusión de que si aprendía suficiente vocabulario de anatomía, filosofía y sánscrito, compensaría mi falta de experiencia en la vida. Así que cada día memorizaba capítulos de libros de yoga y anatomía, armándome con respuestas a preguntas que nunca nadie haría. Aunque aprendí muchas cosas geniales de esa manera (¿quieren escuchar mi monólogo sobre el diafragma? ¡es genial para cualquier fiesta!) en retrospectiva me parece una exageración. Lo que quiero decir es que estudié como si mi profesor de biología fuera a entrar en mi clase. Y en realidad, cuando lo hizo, no me interrogó sobre las funciones del sistema nervioso ni les contó a todos sobre lo mal que me fue en el examen de segundo año. Él sólo quería tomar clases como todos los demás.

Pero a veces la gente tenía preguntas y, aunque lo intentaba, no siempre sabía cómo ayudar. ¿Y sabes qué? ¡eso está bien! (aunque me tomó mucho tiempo darme cuenta). Está muy bien decir “no sé" y recomendarle a tu alumno consultar a alguien más (o consultar tú mismo). Después de todo, soy profesora de yoga, no médica, ni fisioterapeuta, ni nutricionista. Sí, es verdad que puedo ofrecer algunas pautas y modificaciones generales, pero eso es todo. Y aun así, como los cuerpos humanos son tan únicos y complejos, una variante útil para un alumno con ciática puede resultar terrible para otro alumno. Por esa razón, también es importante mantener abiertas las líneas de comunicación y darles el poder a nuestros alumnos para honrar sus cuerpos. Y para nosotros, como maestros, es importante respetar los límites de cada persona y no avergonzar ni menospreciar a alguien por optar por una postura o ajuste determinado.

Está muy bien decir “no sé" y recomendarle a tu alumno consultar a alguien más (o consultar tú mismo). Después de todo, soy profesora de yoga, no médica, ni fisioterapeuta, ni nutricionista.

Enseñar lo que acabo de aprender en ese taller de fin de semana

Esto sería así: voy a un taller de fin de semana. Aprendo nuevos conceptos, instrucciones de alineación y variantes de postura increíbles. Estoy TAN EMOCIONADA que no puedo ESPERAR para enseñar a mis alumnos todas las cosas fantásticas que aprendí. Y así lo hago. Pero al final, el resultado es... digamos que aceptable. No estoy segura de que estén entendiendo lo que digo, me siento frustrada, me pregunto qué estoy haciendo mal.

Estoy muy ENTUSIASMADA con esta cosa nueva pero, así y todo, pareciera que dentro de la clase pierde todo su sentido. Eso es porque en tan poco tiempo no puedo integrar completamente lo que acabo de aprender. Sí, puedo repetirlo (y eso es lo que hacía) pero, ¿sabes qué? No estoy en mi mejor momento cuando trato desesperadamente de recordar las notas que tomé la noche anterior. Estoy en mi mejor momento cuando enseño desde mi propia experiencia. Y eso no es algo que suceda de la noche a la mañana.

Esperar un poco antes de introducir un nuevo concepto en clase puede parecer bastante fácil, ¿verdad? Y no es que no me lo hayan avisado: de hecho, en mi primera capacitación como profesora aprendí que debo practicar una nueva postura o concepto durante aproximadamente seis meses antes de enseñarlo. Pero, en realidad, esto es más fácil de decir que de hacer. Sobre todo cuando estaba convencida de que realmente entendía esta gran nueva postura o concepto. Y más aún cuando estaba segura de que todos los demás irían a enseñar esta nueva y emocionante cosa de inmediato.

Esperar un poco antes de introducir un nuevo concepto en clase puede parecer bastante fácil, ¿verdad?

Creo que se trata de eso que en inglés se llama FOMO (fear of missing out, miedo a perderse de algo, a quedar por fuera). Si bien este acrónimo es utilizado por bloggers veinteañeros para describir el impulso inexplicable de ir a una fiesta cuando en realidad estás muy cansado o comprar un nuevo iPhone o un par de zapatos o una caja de donas artesanales cuando en verdad estás sin dinero, creo que es aplicable al mundo del yoga: ¿de qué otra manera podríamos explicar esas leggings estampadas y carísimas que todos seguimos comprando? En mi caso, aparece el FOMO cuando se trata de asistir a talleres de yoga (incluso cuando estoy realmente cansada o sin dinero). Claro que mi deseo de avanzar en mi aprendizaje del yoga es genuino, pero si soy totalmente honesta, parte de mi motivación está dada por este pensamiento molesto: "No quiero perderme lo que todos los demás están aprendiendo". Y tan pronto como termina el taller o capacitación, reaparece el mismo miedo diciendo: "todos los demás estarán enseñando esta cosa genial, yo también tengo que hacerlo".

Pero si bien este FOMO puede favorecer a los fabricantes de leggings y las tiendas de donas artesanales, no es una motivación muy saludable a la hora de enseñar. Y, de todos modos, no creo que nadie se haya ido de la clase porque su profesor no le enseñó la versión más moderna de la postura del pino.

Decir "sí" a cada clase que me ofrecieron dictar

Antes de que estuviera seca la tinta en mi certificado de profesora, había enviado mi currículum a casi todos los estudios de yoga, gimnasios, spa y centros comunitarios de la ciudad. Y cada vez que me ofrecían dictar una clase o sustituir a alguien, respondía con un entusiasta "¡sí!". A mí me encantaba enseñar, ¿por qué no debería aceptar? Antes de que me diera cuenta, estaba enseñando en distintos lugares, viajando desde los suburbios al centro, de allí de vuelta a los suburbios y después al otro lado de la ciudad para volver al centro otra vez.

Antes de que estuviera seca la tinta en mi certificado de profesora, había enviado mi currículum a casi todos los estudios de yoga, gimnasios, spa y centros comunitarios de la ciudad.

Con certeza era una agenda ocupada, pero no demasiado eficiente. Continué así durante gran parte de mi veintena, corriendo por toda la ciudad, tomando un montón de autobuses, trenes, tranvías y taxis a varios lugares. ¿Dormir? ¿Quién necesitaba dormir? Yo dictaría TODAS LAS CLASES. ¡Sería una persona útil! ¡Ganaría tanta experiencia! Pero... terminaría exhausta. No me lo esperaba. Pero, por supuesto, era inevitable.

Estaba enseñando demasiado y en muchos lugares. Estaba absolutamente agotada. A menudo enseñaba hasta tarde en la noche y luego me levantaba a las 4 a.m. para llegar a tiempo a la clase de la mañana siguiente. Una parte de mí a veces deseaba que nadie apareciera para poder ir a casa y tomar una siesta, mientras que otra parte me recordaba que necesitaba por lo menos diez personas en la clase (sin contar los pases con descuento) para poder pagar la factura del agua del mes. Todavía amaba el yoga, pero no me gustaba sentirme así.

Finalmente (y por suerte) colegas más sensatos y experimentados intervinieron para sugerirme algunas maneras de convertir mi errática agenda en algo más manejable, como enseñar clases consecutivas en menos lugares y enfocarse más en los talleres y clases particulares. Fueron todas muy buenas sugerencias pero, aun así, me fue difícil decir que no cuando me ofrecían nuevas clases aquí y allá. El primer paso fue alejarme de Craigslist, para dejar de buscar más trabajo como profesora. Y luego realmente empecé a practicar decir "no". Sorprendentemente, nadie se enojó conmigo. La vida continuó y fue un poco menos estresante. Y descubrí que cuanto más decía "no" a lo que realmente no podía manejar, más espacio tenía en mi vida para proyectos de yoga más interesantes y sostenibles.

Asumir que siempre necesito tener elaborados temas y planes de clase

Además de dar 20 clases a la semana en ocho lugares diferentes, ¿quieres conocer una forma súper rápida de agotar a un maestro de yoga? Intenta hacer planificaciones detalladas (incluyendo una playlist, una lista de citas inspiradoras y su correspondiente bocadillo casero libre de gluten/soya/lácteos) para todas y cada una de tus clases a la vez.

Durante un buen tiempo tuve la idea de que no debía enseñar la misma clase dos veces. Que todo tenía que ser "fresco". ¿Qué pasaría si el mismo alumno participara en dos clases? ¿No se sentiría decepcionado? En un momento dado, pasaba cerca de tres horas preparando cada clase. Si bien no fue un trabajo pesado (de nuevo, aprendí mucho), me tomó muchísimo tiempo y dejó de ser viable. Cuando le pregunté a otros maestros sobre sus estrategias de preparación, aprendí que había muchos métodos más eficientes que los míos. Algunos elegían un tema para la semana, enseñando una variante de la misma secuencia para cada clase. Otros seleccionaban un tema para trabajar y profundizar todo el mes. Algunos iban rotando entre temas y sesiones preestablecidas. Y otros salteaban los temas por completo, porque preferían seguir un modelo estándar de clase, agregando y quitando posturas aquí y allá. Nadie parecía particularmente escandalizado por repetir una clase.

Durante un buen tiempo tuve la idea de que no debía enseñar la misma clase dos veces. Que todo tenía que ser "fresco".

Pensé sobre eso. Cuando estoy en una clase como alumna, ¿me importa si mi maestro repite un tema o una secuencia? Mmm, en realidad no. Muchas veces disfruto de series de secuencias, como la serie primaria de Ashtanga. Cuando quiero hacer una práctica dirigida en casa, vuelvo a los mismos tres podcasts. Y me entusiasmo cuando uno de mis maestros repite una postura o flujo difícil para que pueda intentarla de nuevo. Entonces, cuando realmente me detuve a reflexionar sobre qué era lo más importante para mí como alumna y, posteriormente, qué era lo que me interesaba ofrecer como profesora, mis prioridades comenzaron a cambiar. Resultó que una clase totalmente nueva todos los días y los brownies de mango para acompañar un tema de Hanuman no estaban muy arriba en mi lista.

Hoy en día, puedo sentarme de vez en cuando tres horas a preparar una clase, pero generalmente lo hago para planificar un taller o para introducir un nuevo tema que trabajaré durante una semana entera. Además, al haber enseñado tantos años, tengo muchos temas y secuencias "archivados" a los que puedo volver (generalmente con algunos ajustes menores). También me ha resultado útil reunirme con otros maestros y crear planes de lecciones y temas en grupo. Es una excelente manera de obtener nuevas perspectivas y comentarios sobre las sesiones, pero también es mucho más interesante que tratar de hacer todo por mi cuenta. Y aunque todavía pienso que las clases temáticas son divertidas e interesantes, también me gusta enseñar una clase “amplio espectro” sin un tema determinado, algo que funciona muy bien a la mañana temprano. Además, resulta que muy poca gente está interesada en los brownies de mango a las 6 a.m. Quién lo hubiera dicho.

¿Te sientes identificado con alguno de estos errores? ¿Qué lecciones interesantes has aprendido como profesor hasta ahora?

Acerca del Maestro

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Kat Heagberg (Rebar)
Hi, I’m Kat! I’m a teacher for Yoga International and co-author of Yoga Where You Are with Dianne Bondy... Leer más