Ser humano es experimentar una variedad de emociones.
Los animales también tienen sentimientos, lo recuerdo cada vez que salgo de casa y mi perro comienza a temblar y aullar. Sin embargo, la psique humana es única: nuestro sistema nervioso es altamente sensible y receptivo y procesa un complejo abanico de emociones humanas que abarca desde la alegría y el éxtasis hasta la desesperación y el dolor.
En la tradición del yoga tiende a haber una predisposición hacia los estados de serenidad y alegría (sintiendo om shanti o paz). Los alumnos creen que el verdadero estado del yoga es un amor efusivo y expansivo hacia todos, en todas las situaciones. Esto quizás se deba a la descripción del "cuerpo de la dicha" en el yoga clásico: la envoltura más profunda del cuerpo llamada anandamaya kosha.
Este interior sutil de la mente-cuerpo se identifica como sublime y eternamente alegre. En hatha yoga, acceder a este cuerpo semidivino es, en cierto modo, la cumbre del entrenamiento.
Con certeza, no pretendo degradar este estado de exquisita alegría: yo misma, en un buen día de mi propia meditación, caigo en la profundidad de mi ser y descanso en un océano de calma, entrando en un trance sumamente agradable.
Sin embargo, en la práctica del yoga —dentro y fuera del tapete— también es importante ser capaz de abordar las emociones difíciles. Me gustaría examinar aquí la gran pregunta de cómo transitar por esas emociones.
Por supuesto, todos preferiríamos no sentirnos de mal humor, celosos, hostiles o irritables. De hecho, la mayoría de las personas —y me incluyo— hacemos todo lo posible para evitar los sentimientos difíciles y podemos ser muy rápidos para negar su presencia cuando aparecen.
Entonces, cuando escuchamos hablar sobre el cuerpo de la dicha y su néctar de dulzura decimos: "¡Quiero eso!". Como las emociones difíciles son dolorosas, nos asustamos fácilmente, ignorando y desatendiendo lo que realmente sentimos.
En este contexto, una práctica de yoga puede convertirse en un “desvío” emocional. El impulso de sentirse sereno, feliz o iluminado es tan fuerte que podemos fingir que estamos contentos cuando, en realidad, nos sentimos miserables por dentro. Y las cinturas delgadas, los leggings bonitos, las secuencias de yoga divertidas y las posturas como de danza en la cultura contemporánea del yoga pueden contribuir a pasar por alto todo el desorden interior.
Es importante reconocer que todos experimentamos el sufrimiento. El descontento o la insatisfacción es la primera de las Cuatro Nobles Verdades sostenidas en las primeras enseñanzas de Buda.
Uno de los objetivos principales del yoga y la práctica budista es aliviar el sufrimiento. A pesar de nuestra tendencia a alejarnos de los sentimientos dolorosos tan pronto como aparecen, reconocerlos puede hacernos bien. En nuestra propia búsqueda de la verdad tenemos que tocar el dolor en nuestro corazón y nuestra mente y, a veces, hasta el sufrimiento intergeneracional que llevamos cargando durante décadas.
¿Y quién de nosotros no nace con dolor en su corazón y en su mente?
Jalaluddin Rumi escribió una vez: "La cura para el dolor está en el dolor".
Para comprenderlo mejor, piensa en el concepto de "descontracturar" en la terapia manual. Para aliviar la tensión en el cuerpo, los osteópatas, los especialistas en terapia cráneo-sacral o en el método Rolfing llevan los tejidos conectivos del cuerpo —músculos, huesos, cápsulas articulares y ligamentos— al patrón de tensión (es decir, al patrón de retención).
El sistema motor y sensorial del cuerpo responderá con un "Oh, ése es el patrón de dolor que me ha bloqueado durante todos estos años y tal vez ya no lo necesito".
Cuando el futuro Buda, el príncipe Siddhartha, abandonó los cómodos confines del palacio de su padre, quiso ver el sufrimiento de todos los seres. Sabía que tenía que presenciar el dolor para, finalmente, sentir el dolor y la herida que estaban en lo profundo de su propio corazón.
Al sentir nuestro propio dolor tocamos un lugar dentro de nosotros que es delicado, empático y amable y, al hacerlo, recordamos nuestra conexión con nuestro mayor bien.
Esa experiencia directa fue su "práctica". Jesucristo también experimentó la herida, tanto personal como colectiva. Para Buda y Cristo, así como para otras figuras espirituales históricas, el sufrimiento es esencial en el camino hacia el desarrollo de la conciencia superior.
Al sentir nuestro propio dolor tocamos un lugar dentro de nosotros que es delicado, empático y amable y, al hacerlo, recordamos nuestra conexión con nuestro mayor bien.
En este contexto, sufrir no significa golpearse el dedo del pie, tener dolor de estómago o sentir el brazo dormido. Más bien, sugiere un sufrimiento inherente a todos los seres. Uno de los principios de la enseñanza de Buda es que nada es permanente y la vida es frágil.
Hay un dicho Zen que dice: "Todas las cosas penden de un hilo". Nos damos cuenta de que nuestros cuerpos son frágiles, están gastados, son propensos al deterioro y al colapso. Ni siquiera las montañas de hielo y granito permanecen, ya que se derriten y erosionan. De hecho, los mismos ecosistemas que nos sostienen son frágiles y, en esta era del calentamiento global, es posible sentir que la tierra misma está sufriendo.
¿Cuál es tu propia experiencia de fragilidad o pérdida?
Es posible que tú o alguien cercano haya recibido un diagnóstico sobre una enfermedad grave, que tu relación con tu cónyuge o tu pareja sea un caos o que uno de tus padres esté en la última etapa de su vida.
Tal vez hayas sentido angustia, indignación o desesperación a la luz de los recientes eventos políticos y sociales del mundo.
Si pasamos por encima de nuestra experiencia de sufrimiento negándolo o sublimándolo —o si simplemente intentamos que pase lo más rápido posible— cerramos la puerta que nos ofrece la posibilidad de abrirnos a nuestro mayor bien. Cuando las moléculas del sentimiento se mueven libremente dentro de nosotros, ocurre un cambio alquímico.
Sentir profundamente puede ayudarnos a alejarnos de una postura de condena, actitud defensiva y enemistad para alcanzar una actitud abierta, tolerante y comprensiva.
Entonces, si la práctica del yoga funciona bien, le damos la bienvenida a los sentimientos difíciles y desagradables. Sin embargo, esto es más fácil de decir que de hacer. Muchos estamos dispuestos a someter nuestros cuerpos a rigurosas posturas de yoga, pero nos resistimos a estirarnos en áreas de dolor emocional.
Muchos estudiantes de yoga pueden beneficiarse no solo de las tapas físicas (práctica de transformación inducida por el calor) sino también de las tapas emocionales. El proceso de las tapas es como la antigua práctica de batir la leche hasta convertirla en mantequilla.
Ya sea que estires la fascia en yoga o te sientes en una meditación con pensamientos y sentimientos enredados, pueden aparecer sentimientos potencialmente tóxicos. Los yoguis que practican estar con las emociones difíciles permiten que surjan los sentimientos cáusticos o amargos.
Sin juicios ni culpas, se permiten sentir miedo o reconocer la sombra de un recuerdo doloroso.
Hay tres componentes clave en este proceso de transformación. El primero es la intención, es decir, la voluntad de estar con sentimientos de miedo, irritación o deseo sin sucumbir al impulso de cambiarlos, mejorarlos o resolverlos.
El segundo es el reconocimiento. Esto incluye lo que llamamos el "seguimiento somático": ubicar la sensación en el cuerpo y presenciar el sentimiento puro que está asociado. En la meditación, este reconocimiento se llama vipassana, que se traduce literalmente como "ver en".
El tercer componente es la no reacción: desarrollar la capacidad para observar estados emocionales dolorosos sin actuar por impulso.
Al tocar nuestro propio dolor, desarrollamos la capacidad de trabajar con las heridas de los demás. Como profesor de yoga, esto es lo que me permite ajustarme a todo tipo de estudiantes que llegan por distintos caminos de la vida. Gracias al reconocimiento y la integración somática de mis propios sentimientos dolorosos, soy capaz de sentir el sufrimiento de los demás.
El dolor del corazón y el dolor de la mente son grandes maestros y nos muestran el camino hacia la acción compasiva. Esta es la vida del guerrero espiritual.
El guerrero espiritual no es alguien que puede estar durante horas soportando la postura del pino o manteniendo la postura del guerrero; tampoco es alguien que permanece distante, sin miedo y no se siente afectado por los padecimientos del mundo: es alguien que ha trabajado profundamente en sus propias heridas. Al prestar atención a nuestro dolor, nos volvemos más capaces de vivir la aceptación, haciendo posible que los sentimientos de humildad, gracia y amor fluyan a través de nosotros.
Al trabajar con el cuerpo emocional, es normal pasar por un oleaje de emociones difíciles. En la meditación prestamos atención a los sentimientos que pueden ser dolorosos, irritantes o profundamente aterradores. Como si nos estuviéramos acercando a un animal salvaje, debemos proceder de manera lenta, cuidadosa y amorosa. En las posturas de yoga hacemos esta transformación a través de la respiración, sintiendo la tensión en nuestro vientre, moviéndonos en la contracción de los isquiotibiales o en cualquier otro lugar de nuestro cuerpo.
Como en una excavación arqueológica, nos vamos moviendo capa por capa, estrato por estrato, a través de la historia de nuestro cuerpo de sentimientos. Cuando podemos superar el dolor y el miedo atrapados, nos conectamos con la sensibilidad más profunda.
A través de una profunda bondad hacia nosotros mismos, desarrollamos una mayor capacidad para los matices de sentimientos y la resonancia comprensiva con los demás.
Cuando comencé a practicar yoga hace 20 años, no tenía la capacidad de estar con mis sentimientos difíciles y conflictivos. Me faltaba la sensibilidad y la resistencia emocional. A medida que mi práctica mejoraba, me sentía capaz de trabajar gota a gota, sensación a sensación, a través de la confusa y distorsionada sopa de mis propias emociones.
En lugar de colocar una armadura o intentar manipular, controlar o compensar un sentimiento, ahora puedo dejar que surja dentro de mí, permitiendo que sea lo que es, sin analizarlo ni juzgarlo.
Cuando podemos sentir plenamente nuestro propio dolor y el dolor de los demás, nos volvemos más abiertos y dispuestos en la vida.
Estamos en una época en que la mente y el corazón están cada vez más divididos por líneas de bien y mal, correcto e incorrecto. Las actitudes “nosotros contra ellos” son las que prevalecen. Tal vez, más que nunca, necesitamos cultivar la paciencia, la empatía y la sensibilidad.
El yoga fomenta la sensibilidad. Vale la pena señalar que la compasión y la receptividad se encuentran en la raíz misma del primer principio del yoga, el de no dañar. Las enseñanzas de yoga indican que el cambio profundo y duradero se produce dentro. Es decir, cuando nos mantenemos conectados con nuestro propio sufrimiento y recordamos la fragilidad inherente al ser humano, desarrollamos una mayor capacidad para cuidar de nosotros mismos y de los demás.
Esto sucede porque, al movernos a través de las capas de sentimientos complejos dentro de nosotros mismos, nos volvemos más sensibles y encontramos la fuerza y la resiliencia para permanecer abiertos en medio de un mundo que cambia rápidamente.