No hace falta decir que, aunque algunas cosas siguen siendo iguales, mis necesidades en la práctica a los 60 años son muy distintas a las que tenía a los 11, cuando comencé en el yoga. Cuando era niña, el yoga me hizo sentir agraciada en mi "cuerpo rellenito" y me dio un respiro de la depresión. Todavía quiero que mi práctica sea tan divertida como lo era hace décadas y el deseo de sentirme bien me motiva a respirar, moverme y relajarme; aún quiero lucir tan enérgica y sentirme tan segura y capaz como cuando era una joven instructora de yoga. Sin embargo, estaría mintiendo si dijera que mi yo de la infancia, de la adolescencia o de los 20 años tenía las mismas necesidades de mi yo actual.
Luego de un par de décadas de práctica, el mismo estricto régimen de posturas básicas, ejercicios de respiración o meditaciones de cierta duración o dificultad ya no tienen el mismo efecto. En su lugar, la experiencia adquirida con esfuerzo ha probado ser una mejor guía durante los tiempos de cambios.
Para dar un ejemplo, suelo decir que los estudiantes de mayor edad (como yo) se benefician más de las posturas con peso o de los movimientos de fortalecimiento que de los movimientos que amplían la flexibilidad funcional. Mi propio cuerpo me ha indicado una y otra vez que arraigar las tendencias "váticas" (secas, aéreas) de la edad con fuerza y concentración me ayuda a anclar mi mente distraída. Además, cuando la llegada de la osteoartritis y osteoporosis es inminente, moverse con más atención es clave para mantener los beneficios curativos del yoga.
Pero la edad no es el único factor que ha cambiado mi enfoque en el yoga. Los diferentes caminos que toma la vida también han influido. Las enfermedades, las cirugías, los embarazos, la crianza de los hijos, los cambios psicológicos, las mudanzas y muchas otras aventuras del viaje humano nos obligan a reevaluar nuestra práctica. Puedo compartir lo que ha funcionado para mí y, por lo tanto, recomendar lo que podría funcionar para ti, pero ten en cuenta que estos solo son consejos generales. Para una experiencia más personalizada, es mejor que hagas una consulta con un terapeuta de yoga.
En enero de 2020, cuando estaba viajando por el país para enseñar yoga, me contagié de COVID. Terminé en la sala de emergencias, donde me prescribieron un inhalador de albuterol y esteroides por seis semanas, un doble golpe (o tal vez cuádruple) que me hizo dudar de quién era yo. Después, los dolores se apoderaron de mí, la respiración se volvió superficial y mi mente no lograba concentrarse. Todas mis clases programadas se esfumaron. Con más de seis semanas de enfermedad y otros meses más de cancelaciones, todos los movimientos desaparecieron, salvo los muy suaves y el trabajo de respiración. He tenido que recordarme a mí misma lo que digo en los entrenamientos para maestros sobre establecer primero que nada nuestra propia práctica. Tuve que redoblar la autodisciplina para alimentar mi mente y cuerpo, ¡e incluso he tenido que obligarme a ver mis propios videos para recordar lo que más me importa!
En momentos de transición, la autocrítica puede obstaculizar la adaptación de nuestras rutinas de yoga. Tal vez necesitemos revisar nuestro perfeccionismo, el rechazo a adaptarnos, el ritmo, la tendencia a enfocarnos en exceso en los logros físicos o, por el contrario, en el progreso espiritual. Pero la vida nos ayuda a tomar estas decisiones y, a veces, simplemente nos lanza a nuevos territorios en nuestra práctica de yoga.
Cuando tuve una caída sobre el hielo y me lastimé el hombro, debieron operarme para colocar una placa de titanio. Ejercitarme con constancia fue la clave para poder conservar casi el mismo rango de movimiento que antes. Los fisioterapeutas y los médicos me dieron muchas actividades para recuperar el hombro lesionado, pero el resto de mi cuerpo también necesitaba un poco de cariño, así que implementé cuidadosamente el método de "no causar dolor": movía suave y secuencialmente las articulaciones para aliviar la rigidez y luego trabajaba con más vigor en las áreas sanas. Este método también resultó útil cuando tuve una operación de vesícula biliar; en esa ocasión, me dieron pocas (o casi ninguna) indicaciones de movimiento.
¿Mi consejo luego de estas experiencias? Deja que los profesionales te guíen y deja que tu cuerpo sane. Recuerda, el cuerpo puede repararse, y esto también puede ser una oportunidad para alimentar la mente.
En especial, intento motivar a las mujeres a ser menos duras con su imagen corporal durante y después del embarazo, sobre todo en lo que se trata de reducir sus críticas internas sobre el peso y encontrar una práctica personal más suave, casi como una danza, que celebre su fertilidad. He visto a muchas futuras madres entrar a las clases estándar —tal como lo hice hace 30 años— y presionarse más allá de sus límites. Lo mejor es tomar clases de yoga prenatal, ya que están pensadas especialmente para embarazadas, y prestar atención a las indicaciones del instructor.
Los hijos son pequeños por poco tiempo y como padres practicantes de yoga debemos adaptarnos cada día. Una mañana nuestros niños están practicando junto a nosotros en sus tapetes y sentándose muy tranquilos a meditar, pero al día siguiente debemos salvar al gato de las manos del más pequeño antes de terminar con la postura del triángulo.
En los momentos de caos en casa, es conveniente recordar el niyama santosha que se traduce como "satisfacción", eso se relaciona con la aceptación de las circunstancias tal y como son. Cuando era una joven mamá, practicaba santosha despertándome temprano e intentaba no enojarme cuando uno de mis pequeños me interrumpía sobre el tapete (con un par de gemelos y un niño mayor, estas interrupciones eran bastante corrientes). Hoy en día existen varias opciones: hay quienes pueden organizarse para asistir a clases en un estudio y regresar a casa dispuestos a sonreír ante el salvaje escándalo que les espera; en algunas ciudades se dictan clases para padres con hijos, otros pueden aprovechar las clases en línea que están siempre disponibles.
Con el paso de los años, las teorías de ayurveda que involucran los conceptos del dosha sobre el estrés (ira "pítica", ansiedad "vática", depresión "káphica") me han demostrado ser ciertas, sobre todo cuando se trata de manejar el agotamiento y tratar sus causas reales. Sé que cuando estoy al límite, aunque me resulte irresistible seguir adelante, tarde o temprano aparecerá el efecto rebote.
En varias ocasiones, mi reacción al estrés se ha convertido en depresión, otras en ansiedad y hasta en enojo. Cuando estoy deprimida, mi regla básica es la de hacer una práctica más vigorosa o practicar un poco más de lo que planeaba (por ejemplo, añadiendo una o dos repeticiones más). Estas son formas de activar suavemente mi fuego interno. Cuando la ansiedad es la culpable, aprovecho los beneficios de una lenta práctica de pie bien arraigada y de posturas sentadas con respiraciones lentas y largas. Cuando se trata del enojo, me he lastimado al ir más allá de los límites de precaución, así que con el tiempo he aprendido a reprimir esa tendencia. Puede que sienta que quemo el enojo con el ejercicio intenso, pero eso solo aviva las llamas. Los movimientos fluidos y las respiraciones refrescantes, en cambio, son como una lluvia sobre ese incendio interno.
La idea de que todos deben practicar una serie de ciertas posturas por día o hacerlo por cierta cantidad de tiempo cada vez me parece más errada.
Una persona sabia dijo una vez: "lo único seguro es que nada es seguro". El poder de la resiliencia en los momentos de cambio es uno de los beneficios principales del yoga. Y así como el asana trata de hacernos más flexibles físicamente, la filosofía yóguica nos pide ser más flexibles mentalmente: la idea de que todos deben practicar una serie de ciertas posturas por día o hacerlo por cierta cantidad de tiempo cada vez me parece más errada. Si nos dejamos llevar por la corriente y estamos presentes en lo que surge cada día, año o década, y adaptamos nuestra práctica correctamente, nuestro yoga será tan único y resiliente como nosotros mismos.