Como maestra de yoga, prefiero estar en segundo plano, recordándote que eres magnífico e inherentemente digno de amor. No es importante que tú me veas a mí, sino que tú te veas a ti. Mi esperanza es que, a través de esa mirada interna, permitas el florecimiento de la paz interior y la aceptación de tu ser.
Durante los 25 años en los que he enseñado yoga —en talleres, clases y clases privadas— siempre invité a mis alumnos a entrar en un estado profundo de introspección, sin importar la postura en la que se encuentren o el tema que estemos explorando. Creo que cuando nos encontramos en un espacio de escucha pasiva dentro de un entorno tranquilo, nuestro yo más sabio se oye más claramente entre nuestro bullicio interno.
Este es un lugar donde podemos aprender a amarnos a nosotros mismos.
Lo siento así porque lo sigo experimentando. Pasé la adolescencia y los primeros años de mi veintena en una guerra con mi imagen corporal, intentando ocultar una arraigada sensación de "no ser suficiente" a través de hábitos de autoconsuelo y evasión. Asumí las causas y el dolor mirando siempre hacia afuera y evitando ir hacia adentro. En mi mente, ser yo misma no resultaba seguro y por eso elegía desaparecer detrás de cualquier cosa que tuviera a mano.
No era amiga de mi cuerpo, sin embargo creía que podía enderezar la relación entre la humanidad y el mundo sin necesidad de trabajar mi relación conmigo misma.
En algún momento durante mis estudios de posgrado, se abrió una vía de transformación cuando asistí a mi primera clase de yoga al estilo Kripalu en Toronto. No sentía que mi cuerpo necesariamente "encajara" en este tipo de yoga (no soy ágil y mi fascia es muy densa y tensa), pero mi profesora Annette me hizo sentir que sí, que yo era suficiente. Recuerdo perfectamente una clase en la que abracé mis rodillas contra el pecho y lágrimas sanadoras corrieron por mis mejillas. Al cabo de dos años, decidí convertirme en instructora de yoga para poder ayudar a otros de la misma manera que Annette me ayudó a mí.
Finalmente abrí mi propio estudio de yoga. A lo largo de 22 años de existencia, se convirtió en un santuario para la comunidad y para mí, donde pude seguir con este trabajo de desarrollo personal que parte del “no ser suficiente” hasta llevarnos a sentirnos “magníficos y dignos de amor”.
Luego, en marzo de 2020, llegó el ciclón pandémico. En ese torbellino todo cambió y esta mujer que todavía tenía problemas con su imagen corporal y una predilección por enseñar con poca luz, entró en Facebook live.
Todos los días.
El lema cotidiano de los jueces internos que se dedican a hacerme dudar de mí misma comenzó a tomar forma de preguntas: "¿Qué estás haciendo? ¿Quién eres? ¿Quién te crees que eres?". Estas voces trataban de devolverme al lugar al que creían que pertenecía: al fondo, con las luces apagadas. A pesar de eso, seguí presentándome para dar las clases.
Mi comunidad me necesitaba y, sinceramente, precisaba hacerlo por motivos económicos.
Toda mi vida trabajé por cuenta propia. Estuve soltera durante gran parte de mi carrera, lo que me convertía en la única responsable de mis ingresos. Luego conocí a mi pareja con quien convivo hace 14 años, pero debido a problemas de salud su capacidad de contribuir se ve obstaculizada periódicamente. Por lo tanto, siempre he tenido que enfocarme en encontrar la manera de mantener un techo sobre nuestras cabezas.
Mientras que muchos de mis amigos podían decir cosas como "está nevando, creo que hoy me quedaré en casa", yo no tenía más remedio que ponerme a quitar el hielo y la nieve de mi coche o cubrirme con más capas de ropa para ir caminando al trabajo.
Las épocas de escasez como esta siempre despertaron mi fuego interno. A lo largo de mi carrera, creé talleres, cursos y eventos especiales para poder cubrir los múltiples huecos de mi situación financiera. Estoy inmensamente agradecida por este factor de motivación; ha funcionado como combustible de mi creatividad. Esta obligación, esta necesidad, me ayudó a perfeccionar y a crecer en mi oficio.
Así que, con el fuego encendido, me obligué a entrar en la luz brillante de las plataformas de Zoom y Facebook para las transmisiones en vivo. Lo que no podía imaginar era que gracias a este incómodo cambio de rumbo, una comprensión más profunda de mi dharma me sería revelada.
Mi dharma no es solo enseñar: es también mostrarme, que me escuchen y me vean tal como soy: con mis debilidades, inseguridades e incertidumbres.
Y, en el fondo, querer sentirse más conectado es querer sentirse amado.
Lo que pude ver en Facebook Live con absoluta certeza fue que, cuando me presentaba y decía mi verdad, la gente conectaba conmigo. Cuando admitía mis inseguridades e incertidumbres, oía: ¡SÍ! Tanto mi vocación como mi necesidad de generar ingresos satisfacía las necesidades de los demás de sentirse conectados y apoyados.
El deseo de conexión y pertenencia es universal. Lo anhelamos: sin él, desfallecemos. Y, en el fondo, querer sentirse más conectado es querer sentirse amado.
En el programa "The Current" en CBC Radio, un anciano indígena de Manitoba dijo que al morir se nos haría una pregunta: "¿Has traído amor al mundo?". De manera parecida, mi prima, mientras su cuerpo de 50 años era destrozado por el cáncer, se preguntaba : "No estoy aquí echada pensando en lo buena que era en los negocios. Me estoy preguntando si amé lo suficiente".
En ayurveda el amor es denominado como el aceite, el bálsamo, el néctar (soma, amrit, kapha y ojas). Este néctar también se encuentra en las aguas que unen nuestros tejidos y transportan nuestra energía vital. Es lo que corre por la aorta de la vida. Entiendo que el dharma es la forma en la que tú, yo y todos nosotros le brindamos amor al mundo. El dharma es el cumplimiento del propósito, la razón por la que hemos nacido, la forma en que conectamos nuestra parte del cosmos. Si lo hacemos con integridad y honestidad, seremos resilientes.
Entiendo que el dharma es la forma en la que tú, yo y todos nosotros le brindamos amor al mundo.
Según la filosofía del yoga, para alcanzar este lugar de resiliencia y dharma, tenemos que realmente llegar a conocernos a nosotros mismos; tenemos que comprometernos con la práctica del autoconocimiento. Esto no se consigue de manera instantánea con una charla trivial, sino con una conversación diaria sostenida a lo largo de toda una vida de acción y reacción, de dolor y curación, de quietud y contemplación.
Quizá nos parezca que no tenemos tiempo para una exploración tan profunda como esta: después de todo, ¿quién tiene tiempo para mirarse el ombligo cuando hay que cumplir obligaciones, llevar a los niños a sus actividades y pagar las cuentas?
No obstante, podemos dedicarle tiempo cada vez que pisamos nuestro tapete o incluso al realizar algunas respiraciones conscientes; todo lo que tenemos que hacer es reajustar nuestras intenciones y tener la voluntad de mirar hacia adentro.
Muchos nos vemos obligados a conocernos a nosotros mismos y a tomarnos ese tiempo cuando, por ejemplo, una lesión nos saca de juego, una enfermedad nos detiene en el camino o una pandemia arrasa con todo lo que hemos construido.
Yo necesitaba este empujón. ¿Y si no hubiera aparecido una pandemia, ni las luces brillantes? ¿Habría crecido por mi cuenta o me hubiera quedado escondida con las luces bajas?
Necesité que arrancaran la alfombra debajo de mis pies para realmente cambiar mi postura, para permitirme ser vista y, por lo tanto, verme a mí misma. Para poder llevar mi amor propio a un siguiente nivel y así amar a los demás desde un lugar más profundo. Con el tiempo, aquellos jueces escépticos fueron suplantados por un consejo de ancianos, expertos y sabios que ahora me guían.
Ahora veo que yo importo, punto.
Quizás te encuentres preguntándote: "¿cuál es mi propósito? ¿Cuál es mi dharma? ¿Y ahora qué?" Si este es el caso, quizás te sirva la definición del dharma que he dado aquí: es la forma en la que tú, yo y todos nosotros le brindamos amor al mundo.
Puedes preguntarte si eres capaz de amarte a ti mismo. También puedes indagar sobre cómo tú le brindas amor al mundo.
No tiene por qué tratarse de tu trabajo de 9 a 17, puede ser simplemente la forma en que crías a tus hijos, el tipo de amigo, cónyuge o vecino que eres o la forma en que haces servicio voluntario. Tu trabajo puede proporcionarte los medios para seguir tu dharma fuera del horario laboral. Cuando te adentras en esta tarea (tu dharma, tu forma de amar) con un propósito y una intención, surge una fuerza interior capaz de sostenerte durante los vientos más fuertes.
Como un árbol que reclama su espacio hundiendo sus raíces en la tierra y diciendo: "Estoy aquí, soy suficiente", no te caerás. Limpiarás el hielo y la nieve de tu coche porque sabrás que tu comunidad te necesita. Cualquier obstáculo que encuentres (crisis de dinero, problemas de imagen corporal) podrá ser, de hecho, la catapulta que te lleve a conectar con el canto de tu alma.
De nuevo, hazte esta sencilla pregunta (y espera la respuesta):
¿Cómo le brindo amor al mundo?
Sal del fondo y enciende las luces.
Te necesitamos.